Tobías, un adolescente de 13 años con discapacidad intelectual, emociona e inspira con su pasión por los trompos. Estos juguetes denominados beyblade se convirtieron en su más grande proyecto. Y lejos de ser un pasatiempo sin sentido, descubrió un increíble universo en el que decenas de santiagueños también participan.
Su mamá, Yani Luna habló con Info del Estero y contó cómo toda la familia comenzó a interesarse por los beyblade. La historia comienza con un legado familiar: su hermano mayor, Fabricio, fue quien introdujo estos juguetes en la familia. Un simple regalo de infancia se transformó en el motor de una pasión que Tobías adoptó y perfeccionó con una dedicación única.
Desde pequeño, Tobías descubrió en un canasto de juguetes los primeros trompos que había usado su hermano. Fue Fabricio quien le enseñó las reglas básicas del juego, pero Tobías pronto hizo suya la experiencia. Lo que para otros es un simple juego, para él es una obra de ingeniería, creatividad y esfuerzo.
Con cartones, botellas y hasta bases de torta, Tobías comenzó a crear sus propios beyblades y estadios. Sin saber leer pero con una notable habilidad para escribir y conceptualizar, le da indicaciones precisas “al chico de la imprenta para fabricar las piezas necesarias. Los recortaba, los ensamblaba y, poco a poco, fue perfeccionando tanto los trompos como los lanzadores”, dijo su madre.
“Sus estadios, construidos con cartón y plástico, ahora cuentan con paredes de contención y detalles que muestran su evolución”, agregó. Es que es tanta la importancia de los trompos en su vida que cualquier material es factible para la construcción de uno.
Un día para el recuerdo
En un gesto que emocionó a toda su familia, su psicopedagoga, quien lo acompaña en sus terapias, le compró beyblades que él mismo fabricó. Fue un momento único, de reconocimiento y orgullo, tanto para él como para su madre, Yani Luna, quien siempre lo apoya incondicionalmente. La profesional ahora incorporó estos juguetes a su consultorio.
Los beyblader lovers
La pasión de Tobías es reconocida y lo pudo comprobar cuando asistió al encuentro de fanáticos de beyblade en la plaza Libertad. Ahí descubrió que no está solo.
“Pensé que con el tiempo esto se iba a desaparecer, pero hay muchos chicos interesados”, reflexiona su mamá, sorprendida y emocionada al ver cómo su hijo se integraba en una comunidad que comparte su amor por los trompos.
Para Tobías, este juego no es solo entretenimiento; es un vehículo para desarrollar su creatividad, estimular sus capacidades cognitivas y encontrar felicidad en cada detalle que perfecciona. Yani sueña con que esta pasión pueda crecer aún más: “Queremos que Tobi sea feliz con lo que le gusta, ojalá algún día sea un movimiento más grande”.