Por Álvaro José Aurane | Para Info del Estero
La Argentina arranca 2025 con su escenario público de pensamiento binario intacto. El maniqueísmo se ha colado en todas las instancias de la mirada social. No es para menos: lo seductor del modelo de análisis de la realidad basado en la mera oposición entre “blanco / negro” entraña la seducción del razonamiento ocioso. El mundo queda depilado de toda complejidad y no hay que detenerse en los grises: en los matices. Se está con La Libertad Avanza o se es de “la casta”. Hasta 2023 se estaba con Alberto Fernández o se era “de derecha”. Previamente, se apoyaba a Mauricio Macri so pena de ser declarado “populista”. Y ya se sabe que, antes, o se adscribía al kirchnerismo o se era “golpista”.
La dinámica de la bipolaridad argentina es particularmente dañina. Porque el modelo no se basa en la oposición “A vs. B”, donde dos modelos son confrontados; sino en la opción “A vs. No A”. De ahí que los gobernantes planteen el famoso “Yo o el abismo”. Y que todo cuanto se suceda sea “Kirchnerismo vs. Antikirchnerismo”, “Macrismo vs. Antimacrismo”, “Libertarios vs. Antilibertarios”.
Ese esquema ensayado por los que gobiernan se ha instalado entre los gobernados. Ahora que abundan las imágenes de balnearios despoblados en las playas argentinas, la lectura más extendida en las redes sociales se reduce a “Argentinos vs. Antiargentinos”. De un lado, los que demonizan a empresarios y comerciantes de la costa, acusándolos de “estafar” con los precios. Del otro, los que execran a quienes eligen veranear en países limítrofes y los acusan de ser “antipatrias”.
Lo dramático de este razonamiento ocioso es que si todo se concibe como “blanco o negro”, aquello que se genera en medio, naturalmente, se gesta como una realidad no existente.
En los kilómetros de colas para cruzar a Chile, en las playas abarrotadas de Brasil o en el hecho de que Punta del Este viva una de las temporadas más “baratas” para los argentinos, lo que hay es una masiva comprobación de que la Argentina, hoy, no es competitiva respecto de sus vecinos.
Una agenda en blanco
Esa falta de competitividad se debe a que el gobierno de Javier Milei adeuda las reformas estructurales prometidas. Específicamente, no hubo una rebaja de los impuestos y, por ende, de la presión fiscal. Argentina no sólo está cara en dólares: sobre todo, está cara en impuestos.
Trasladado al caso del veraneo, probablemente se revisarán tarifas en la costa, pero habrá un límite, dado por el costo de los servicios públicos (estragados de impuestos), el pago de mercancías y bienes (estragados de impuestos) a sus proveedores; el costo laboral (estragado de impuestos) de los empleados; además los impuestos que deben tributar por sus ventas y por los alquileres.
La cuestión, por desgracia, excede las playas. La demora en concretar una reforma fiscal estructural expone que no sólo el turismo está fuera de la agenda del Gobierno: en rigor, ninguno de los sectores productivos de la Argentina figura allí. A pesar de que cada uno de ellos ha formulado una serie de pedidos puntuales. Sin embargo, la respuesta del Gobierno ha sido una sola: bajaron la inflación. Y subrayan que ahí opera una real “baja de impuestos”: la del impuesto inflacionario. El argumento es un elogio de la culpa: evidencia que el oficialismo sabe que adeuda la reforma fiscal.
En rigor de verdad, no es poco haber bajado la inflación. No menos cierto es que sólo con eso no basta. Por caso, el Banco Central tiene un mandato dual. Uno consiste en preservar el valor de la moneda. El otro es mantener la actividad económica.
La situación se aprecia mejor a contraluz con los Estados Unidos, ese país tan modélico para La Libertad Avanza. En “La Meca” del capitalismo lograron bajar la inflación que se había disparado durante la pandemia, a la vez que el país crece a una tasa del 5% anual.
En Argentina, mientras tanto, el “delay” de Milei, que sólo ha apreciado, el peso genera una presión incesante sobre el tipo de cambio, que demanda una asidua intervención del Banco Central para estabilizarlo. Esta presión se da sobre todo en la cuenta corriente: lo que los argentinos gastan en el exterior. Esa cuenta viene siendo deficitaria porque como tenemos un tipo de cambio apreciado, conviene comprar afuera. A escala doméstica, en las vacaciones. Pero también a escala importadora. Por el contrario, los bienes que se producen en Argentina son caros para los mercados. Y, resulta evidente durante este verano, caros para los argentinos. O sea, el país se torna menos competitivo.
¿Con qué finalidad están ahorrando?
Como agravante, la demora para concretar una baja de los impuestos es doblemente inexplicable. En primer lugar, porque ya fue aprobada la denominada “Ley Bases”, que la Casa Rosada reivindicaba como el instrumento idóneo para ejecutar sus reformas estructurales. En segundo lugar, porque el Gobierno viene registrando un superávit del 3,8%. Léase, viene ahorrando. La pregunta obvia (cuando se deja de pensar en términos maniqueos) es para qué está ahorrando.
En los gobiernos de la democracia, el ahorro es para ser volcado en el crecimiento del país y en el bienestar de sus habitantes. Dicho de otro modo, el ahorro no puede ser un fin en sí mismo. Cuanto menos, no en la república, porque en estos sistemas de gobierno toda acción pública debe ser necesariamente motivada: no hay “sí porque sí” ni “no porque no”. ¿Entonces?
La falta de una respuesta para la pregunta “para qué está ahorrando el Gobierno” se hace visible, por ejemplo, en el agro. El precio de la soja se ha derrumbado hasta los 280 dólares por tonelada. Y los precios a futuro hablan, para dentro de unos meses, de un precio todavía más bajo. Por el tipo de cambio apreciado, el agro recibe menos pesos por cada dólar exportado. Y el Gobierno, a pesar de su superávit, no ha bajado ni un céntimo las retenciones a la exportación. Para cuantificarlo: el Estado argentino se lleva el 64% de la renta agrícola. Ese impuesto, evidentemente, es a prueba de ideologías: lo mantienen, por igual, los populismos emisores y los liberalismos ajustadores.
La respuesta oficial es que el fin de las retenciones generaría un vacío recaudatorio. El año pasado, los derechos de exportación representaron el 3% de la recaudación. Este año, sin sequía, llega al 6%. Pero el Gobierno, con ese argumento, está respondiendo desde la lógica binaria: no se trata de “todo o nada” con las retenciones. Es más: el campo no está pidiendo su eliminación, sino una rebaja. A la vez, el oficialismo sigue sin contestar para qué ahorra. ¿Cuál es el destino que dará al superávit para que se entienda por qué mantiene altas las retenciones y la pauta recaudatoria?
El cabotaje no es una virtud
Esa respuesta, finalmente, no es para un sector sino para todo el colectivo social. A despecho de las fórmulas teorizadas por “las fuerzas del cielo”, el sector privado no vino a suplantar la inversión pública. Lo cual confirma que bajar la inflación es una gran tarea, pero que con eso sólo no basta. ¿El ahorro se va a volcar en obras de infraestructura para el bienestar de los argentinos?
La falta de respuestas comienza a prefigurar una certeza: el Gobierno se abocó a resolver las fórmulas políticas antes que las fórmulas económicas. Carente de una representación legislativa de peso (el peronismo ganó la primera vuelta y, por tanto, las parlamentarias de 2023), Milei dio prioridad a las demostraciones de autoridad, para fabricar una figura de fortaleza. Para ello, ha entronizado “la grieta” y da rienda suelta, de manera desembozada, a la radicalización de la escena política, denigrando e insultando a quienquiera que ponga en duda el “relato” libertario.
El resultado es el maniqueísmo obtuso que no admite reparos. Pero ahora los cuestionamientos no llegan sólo desde los indicadores o los discursos. Son millones los argentinos que, en las fronteras y con la sombrilla de playa en la manom, denuncian la pérdida de competitividad del país. Hasta los ministros nacionales lo eligen descanso con pasaporte sellado y por eso hubo que prohibirles que vacacionaran fuera de Argentina. Eso sí: tener un Gabinete de cabotaje no es una virtud. Sobre todo si los países de la región, al otro lado de las fronteras, están compitiendo mejor.