El pasado miércoles 29, alrededor de la 1:30, la policía irrumpió en un barrio tranquilo de Bariloche, luego de que vecinos denunciaran que unos malvivientes arrojaban piedras. Cuando los uniformados revisaron la zona, se encontraron con una situación indignante: una perra agonizando porque había sido enterrada viva.
La mascota de una mujer de nombre Milva, fue torturada y enterrada pocos minutos después de la última vez que la vio con vida. De nombre “Gorda”, había llegado a su vida con pocos meses y desde entonces se había convertido en una compañera entrañable.
Cuando la mujer vio el vídeo que le envió su vecina, no pudo reconocer a “Gorda” por el maltrato extremo que había sufrido. “No pude reconocerla. Yo que la cuidé desde chiquita no pude darme cuenta de que era ella por cómo la habían dejado… ¡La torturaron!”, dijo.
En diálogo con Infobae Milva se ahogó en lágrimas porque no podía entender por qué le hicieron eso a su perra, a la que conoció de cachorra vagando por el Barrio 645 viviendas, ubicado a unos 5 km de la ciudad de San Carlos de Bariloche. Le ofreció agua, luego comida y la hizo entrar a su casa. La familia se enamoró de su pelaje negro, de sus pasos torpes y juguetones, y de su extrema dulzura. La adoptaron.
Horas desesperantes
La noche del martes, Milva y sus familia recibieron visitas. Uno de sus sobrinos estuvo en su casa y como se hizo tarde, y para que no regresara solo, el tío lo llevó hasta donde vive. “A las 22:45, la vi por ultima vez. Pasadas las 22:00, aproximadamente, fue conmigo a la verdulería, y poco antes de las 23:00 mi marido se fue a dejar a mi sobrino. Después nos fuimos a dormir”, cuenta.
Desde hace unos días, algo cambió la tranquilidad del barrio. “En el último tiempo noto que está todo muy alterado. Hace dos o tres días, entraron a robar en la casa de una vecina. Hace un par de días estaban prendiendo fuego el espacio verde que está cerca de nuestra casa. Pensando que había pasado algo similar, esta madrugada me desperté cerca de la 01:00 por las balizas de la policía. Lo primero que hice fue mirar por la cámara de seguridad y vi a mi vecina de al lado que estaba ahí y que corría con un balde: pensé que otra vez habían intentado prender fuego. Entonces le mandé un mensaje para preguntarle cómo estaba, si estaba todo bien y qué había pasado. Me manda un audio y me dice que habían encontrado un perrito enterrado; que ella había llamado a la policía porque unos menores estaban tirando piedras y cuando llegaron, en medio de la recorrida, encontraron a un perrito enterrado. Me dice: ‘No sé si es la tuya porque no la puedo ver’. Yo le cuento que mi perra tiene una manchita blanca en el pecho. Me dijo que no lo podía ver porque recién lo habían podido sacar, que estaba enterrado hasta el cuello y me manda el video… ¡Tenía toda su cabecita afuera, nada más, su lengüita afuera, porque estaba tratando de respirar…! Y salí corriendo porque para mi no era ella, pero sentí escalofríos. No la reconocía. ¡Te juro que no la reconocía! ¡No puedo creer el grado de maldad! Yo la llamaba, veía a ese perrito ahí y para mí no era ella. Estaba irreconocible. ¡La torturaron tanto que estaba irreconocible!”.
El marido de Milva entendió que era Gorda. También se quebró. Como pudo, con absoluto cuidado y dolor, la alzó para entrarla a la casa.
“Le dije que la llevemos a un veterinario; la subió al auto y se fue. Sabíamos que había una veterinaria en el centro, pero cuando llegó estaba cerrada. En el camino buscó otro lugar, y vio que en el Km 4 de la avenida (Bustillo) supuestamente atendían las 24 horas y la llevó. Tampoco estaba abierto. Yo tenía números de veterinarios a domicilio, y los llamaba y llamaba, y ninguno respondió. Quería que me dijeran qué hacer, cómo actuar porque me sentía tan impotente por no saber qué hacer… Llamé a todas las veterinarias y el contestador decían que abrían a las 10 de la mañana… Mi marido volvió con Gorda, la metimos en el baño para lavarla, darle un poco de agua… Estaba sufriendo mucho para poder respirar. Quería curarle la herida, porque le habían cortado el cuello, y seguía llamando esperando que algún veterinario me atendiera… Yo sé que es difícil venir a las cuatro de la mañana, pero no me respondió nadie al menos para decirme qué hacer en medio de tanta desesperación. Al lado estaban mis hijos durmiendo y no quería que la vieran así. Y en medio de ese caos y tanto dolor, ella se quería levantar y vomitar. Respiraba muy cortito y después empezó a vomitar y luego, entiendo, empezaron las convulsiones. A las 05:15 se me fue…”.
El dolor de Milva es indescriptible. Toda persona que amó y vio morir a un animal puede entenderlo, pero lo que vivió al verla agonizar luego de tremenda tortura es, al menos, incomprensible.