Los precios no se enteraron de que la inflación fue del 2,7%
¿Es real o dibujada la inflación?

Por Álvaro José Aurane | Para Info del Estero

Hay una ironía descarnada de Umberto Eco. Dice que la estadística es la ciencia según la cual si una persona no come nada y otra come dos pollos, el resultado es que dos personas comen un pollo cada una. Esta provocativa definición, en realidad, hace referencia a las falacias que pueden esconder los benditos promedios. Es decir, la manera en que la que, mediante el prorrateo, hay estridencias que son suavizadas. En la operación de establecer una asignación equitativa de valores a todos los elementos, justamente, las inequidades quedan solapadas.

De esa materia está hecha la sensación colectiva de que los precios, en la mundana existencia de los argentinos, no se han enterado de que la inflación, desde hace varios meses, “viaja” por debajo del 3%. Fue del 2,7% en diciembre y se espera que la de enero sea, todavía, algunas décimas más baja.

En los comunes casos de toda suerte cotidiana, la cuestión resulta severamente distinta. Durante el comienzo de esta semana la carne subió un 15% y no se descartan nuevos incrementos.

Claro está, la cuestión no se reduce a casos aislados ni se trata, meramente, de “un mundo de sensaciones”. Teniendo en cuenta las mediciones del Indec los alimentos y bebidas no alcohólicas experimentaron un aumento del 152% durante la “Era Milei”. La cuestión se torna directamente pasmosa cuando, siempre según la fuente oficial, se advierte la situación de las tarifas de los servicios públicos: su composición creció el 297% durante el mismo período.

Una primera aclaración es que la inflación ha mostrado una innegable tendencia a la desaceleración. En diciembre de 2023 había alcanzado un alarmante 25,4%. Sin embargo, sigue siendo positiva. Es decir, los precios siguen subiendo.

Eso sí, eso no explica el encarecimiento de los productos del diario vivir, que “vuelan” por encima del 2,7% del que se jacta el Gobierno. ¿Está dibujada la inflación? En todo caso, la trampa está en los promedios. Técnicamente: en la ponderación de los indicadores con que se mide el costo de vida.

Tomemos por caso diciembre pasado en lo referido a Buenos Aires, es decir, el 44% de la población de nuestro país. El informe del Indec da cuenta que la Canasta Básica Total, por un lado, y la Canasta Básica Alimentaria, por otro, experimentaron en ambos casos una variación (aumento) del 2,3% respecto del mes anterior (noviembre).

¿Qué son esas canastas?

La Canasta Básica Total reúne los gastos en salud, educación, alimentación, transporte, indumentaria y otros gastos indispensables en la vida de los argentinos. Todos esos costos suman un precio y el valor determina la “línea de pobreza”. Quienes ganan por debajo de ese monto son considerados pobres. Dentro de esa conjunto de bienes, la comida mínima e indispensable para la subsistencia compone la Canasta Básica Alimentaria: su costo determina la “línea de indigencia”. Es decir, aquellos pobres que, directamente, viven en la miseria: no ganan ni siquiera para comer.

Pero, ¿cómo se componen esas canastas? Ahí aparecen los promedios. La usada para la medición de diciembre, según el informe “Condiciones de vida” (Vol. 9, N° 1) prevé, por ejemplo, que un adulto consumirá por mes 6,7 kilos de pan, pero sólo 330 gramos de quesos (queso crema, cuartirolo o de rallar) y apenas 60 gramos de fiambres (paleta cocida y salame son los detallados). Los sandwiches, queda claro, ya no son lo que eran…

Ocupará medio kilo de yerba mate, pero sólo 30 gramos de café en 30 días. Con lo cual hay gente que, en una sola mañana, bebe todo el café de un mes. Una verdadera cultura del despilfarro…

De igual modo se prevén 6,5 kilos de papa mensuales, pero tan sólo 60 gramos de manteca en igual período. Puré eran los que hacían las abuelas…

Resulta obvio que, para establecer parámetros, algunas pautas deben ser establecidas. Pero una cosa es la discrecionalidad y otra la arbitrariedad. Hay valores pautados que poco y nada tienen que ver con la realidad del consumo diario de los argentinos. Esa Canasta Básica Alimentaria arroja un resultado que no se condice con la realidad de la mesa (ni de los bolsillos) de los hogares.

Cuando pasamos a la Canasta Básica Total, resulta que la cuarta parte del costo del conjunto de sus bienes está dado por esa canasta alimentaria que, de por sí, ya está alejada de lo real. La ponderación de cada índice en esa gran canasta familiar, en diciembre pasado, en Buenos Aires, fue:

  1.  Alimentos y bebidas no alcohólicas: 23,4%
  2. Bebidas alcohólicas y tabaco: 3,3%
  3. Transporte: 11.6%
  4. Indumentaria: 8,5%
  5. Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles: 10,5%
  6. Recreación y cultura: 7,5%
  7. Restaurantes y hoteles: 10,8%
  8. Educación: 3%
  9. Comunicación: 2,8%
  10. Mantenimiento hogar: 6,3%
  11. Salud: 8,8%
  12. Bienes y servicios diversos: 3,6%

Para ponerlo en perspectiva: resulta que para determinar la variación del costo de vida de la mitad de los argentinos, lo que gastan en hoteles y restaurantes tiene la misma incidencia que lo que pagan en transporte o en servicios como la electricidad. La incidencia del gasto en ropa y calzado es casi la misma que en salud (los jubilados se quejan del ajuste en el PAMI, pero visten de primera, a la luz de estos indicadores). Lo que se invierte en el mantenimiento de la vivienda tiene igual incidencia que lo que se gasta en esparcimiento (se vive mal, pero entretenidos). Y la ponderación del gasto en educación es igual al del gasto en comunicación (menos cultos, pero jamás incomunicados).

Estas ponderaciones, entonces, le ponen un techo a la escalada desigual de precios. Recapitulemos: los alimentos y las bebidas sin alcohol registraron una inflación, en la “Era Milei”, del 152% y representan la cuarta parte del costo de vida. Las tarifas de los servicios, en tanto, duplican ese porcentaje: crecieron el 297%, pero sólo representan la décima parte del cálculo del costo de vida.

Ahora bien: estas limitaciones no son una creación libertaria. Esas pautas han sido establecidas hace 20 años y desde entonces se han mantenido casi invariables. Con lo cual, lo que enfrentamos es el problema de los índices de ponderación fija. Estos esquemas de escasa flexibilidad no tienen en cuenta los cambios en los hábitos de consumo, que por un lado pueden ser modas, pero también pueden ser tendencias de largo plazo, como los consumos tecnológicos. Por el contrario, tienden a considerar irrelevante estas cuestiones.

En contraste, en el contexto actual de ajuste relativo de precios, la disparada de las tarifas de electricidad -agravadas por la quita de los subsidios- tiene un impacto en la inflación real que queda subestimado. Es decir, caemos en la falacia de un promedio ponderado.

Modificar este sistema no es tarea sencilla, pero se torna indispensable.

De lo contrario, la estadística oficial, en el país, adquirirá los ribetes del sarcasmo de Eco. Y se convertirá en la ciencia según la cual si un argentino consume por mes sólo 60 gramos de paleta y 30 gramos de café, entonces las facturas de la luz no son tan onerosas. Ni la carne está tan cara…