Se necesita conocer el paradero de la baja de impuestos

Por Álvaro José Aurane | Para Info del Estero

 

¿Para cuándo la baja de los impuestos? Esta es la pregunta a no perder de vista frente al Gobierno de las declaraciones estridentes, los autoelogios ditirámbicos, los nombres rimbombantes de programas y los anuncios grandilocuentes sobre la economía. Porque la ausencia de esa merma actúa como un sustrato de inconsistencia, como una arena movediza para la solidez de las propuestas oficialistas, así como también para la propia identidad de ese proyecto político.

Promesa y falacia

Una primera aproximación a la cuestión, no por obvia, resulta intrascendente. Bajar los impuestos ha sido un compromiso político y económico de esta gestión. Lo prometió no sólo el presidente, Javier  Milei, en su campaña y en sus discursos oficiales ante el Congreso (o de espaldas a él), sino el mismísimo ministro de Economía, Luis Caputo. “Vinimos para bajar la inflación y para bajar los impuestos”, sentenció el 19 de julio de 2024 en una entrevista con “La Nación”.

Por cierto, esa distinción que formula el funcionario, “bajar la inflación” por un lado y “bajar los impuestos” por otro, es útil para evitar, temprano nomás, caer en la falacia de que una cosa supuso la otra. Esa trampa argumentativa de que la desaceleración de la inflación (la disminución es notable respecto de las marcas del kirchnerismo, pero el índice sigue siendo de los más altos de la región y del mundo) equivale a “haber bajado el peor de los impuestos”. La inflación opera como “impuesto inflacionario”, pero la promesa de bajar impuestos, así que como la exigencia de que ese compromiso se cumpla, tiene que ver con los tributos formales establecidos por ley. Y con la consecuente presión inflacionaria, que torna hipertensa la política fiscal de este país.

Brecha y monumentalismo

Sin merma de impuestos la autoridad de la palabra oficial deviene inconsistente. Pero no es sólo eso. Si todo se redujese a una promesa incumplida (una más), tampoco sería para tanto. El problema es que el mismísimo “Plan de Reparación Histórica del Ahorro” (con aprendida cultura kirchnerista, le dieron un nombre cuasi monumental a un mecanismo de relajamiento de los controles del fisco) se asienta sobre terreno pantanoso si no habrá cambio en el régimen de impuestos argentinos.

Para hacer una economía de ejemplos, está la diferencia abrumadora en el precio de los automóviles 0 km. en nuestro país comparado con los de los Estados limítrofes. Según un informe de finales de marzo pasado de la consultora Focus Market, que dirige el economista Damián Di Pace, el precio promedio de un vehículo nuevo en la Argentina es de 24.673 dólares. Comparativamente, en Uruguay, Paraguay, Chile y Brasil, el precio es entre un 30% y un 53% más barato, según el caso. A pesar, inclusive, de que Brasil también es un productor de automóviles.

¿A qué se debe la brecha? Justamente, a los impuestos que no bajan, y que representan alrededor del 50% del costo del rodado en estas tierras. Entonces, quién atesoró bajo el colchón dólares suficientes como para comprar un vehículo, puede que se decida a usarlos para adquirir ese bien, o que siga desistiendo de la compra teniendo en cuenta que, por los mismos 25.000 dólares, podría comprar un Tesla de última generación en otros países de la región.

Huellas y electrodomésticos

Como los impuestos no bajan, y tampoco caen los precios de los vehículos, el propio “Plan de Reparación del Ahorro” termina “quedándose corto”, porque fija que se podrán hacer compras de hasta 10 millones de pesos, como consumidor final, sin que nadie requiera información adicional. O sea que quien quiera comprar un 0 km. terminará dejando sus huellas dactilares para los organismos de control en la operación.

El dinero de la exención, en todo caso, alcanza para adquirir una heladera, un aire acondicionado y un lavarropas de primeras marcas. Si lo que el Gobierno hace es apuntar con sus últimos anuncios a los presuntos 200.000 millones de dólares que calculo que estarían en tenencia de los ciudadanos, ¿cuántos electrodomésticos calcula que andan necesitando los argentinos?

“Blanqueos” y “pavotas”

Los impuestos que no bajan no sólo contaminan de inconsistencia el plan del Gobierno desde el punto de vista funcional (lo cual, de por sí, ya es mucha complicación). También lo jaquean respecto de la naturaleza de los anuncios. Porque, en rigor, el Gobierno ha puesto en marcha un nuevo blanqueo, con una gran diferencia respecto del instrumentado en 2024: los impuestos. Lo de ahora no tiene los beneficios fiscales que se concedieron el año pasado.

A ello se suma un aspecto particularmente irritante. Quienes ahorraron “en blanco” han pagado sus impuestos y, por tanto, le entregaron al fisco una porción importante de su riqueza, como la ley manda. En cambio, quienes atesoraron “en negro” también capitalizaron la parte de los impuestos que no pagaron. En consecuencia, el “Plan de Reparación del Ahorro” termina siendo un conjunto de disposiciones (uno más y van…) en el que los ciudadanos que viven ajustados a derecho parecen, a la larga o a la corta, merecedores del título de “hijos de la pavota”. ¿Esas no son conductas de “casta”? Curiosamente, “la casta” ya no es la enemiga del Gobierno. Ahora lo son los periodistas…

Ideologías e identidades

La desnaturalización del discurso del Gobierno es el síntoma de la inconsistencia ideológica de la administración. Y el hecho de que los impuestos no bajen no deja de confirmar la crisis identitaria de una gestión que, durante un año y medio en el poder, se ha revelado incapaz de sostener uno solo de los rótulos políticos con los que se identificó.

Milei comenzó por presentarse, tempranamente, como la revancha del liberalismo. En el paroxismo, había manifestado que ni la venta de órganos ni la venta de niños deberían estar vedadas en la Argentina. Pero a poco llegar al Gobierno se verificó que lo de “liberal” había sido una autopercepción, nomás. Se manifestó contra la Interrupción Legal del Embarazo. Emprendió una sistemática descalificación contra quienes piensan distinto que él. Hizo gala de la intolerancia contra las personas con discapacidad, que fueron calificados como “idiotas”, “débiles mentales” e “imbéciles” mediante la resolución 187/2025 de la Agencia Nacional de Discapacidad, como nueva normativa para la evaluación médica. Y sigue inmiscuyéndose en las paritarias libres entre trabajadores y empleadores porque no homologa los acuerdos salariales que superan los porcentajes que su gobierno considera “adecuados”.

Advino entonces la enmienda identitaria: resulta que no era liberal, sino “libertario”.

Minimalistas y distributivos

Como ya se ha abordado aquí, la concepción libertaria contemporánea se sintetiza en una expresión: “Estado mínimo”. Lo expresa nadie menos que Robert Nozick en esa verdadera “biblia” libertaria que es el ensayo “Anarquía, Estado y Utopía”, publicado en EEUU a principios de la década de 1970.

“Mis conclusiones principales sobre el Estado son que un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de protección contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos, etcétera, se justifica; que cualquier Estado más extenso violaría el derecho de las personas de no ser obligadas a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica; que el Estado mínimo es inspirador, así como correcto”, escribió el profesor de Harvard. Una de las “implicaciones notables” de esta concepción, anotó, consiste en que “el Estado no puede usar su aparato coactivo con el propósito de hacer que algunos ciudadanos ayuden a otros”. Nozick no comulga con la “justicia distributiva”.

Consecuentemente, el Estado no sólo es mínimo en su tamaño y sus funciones (cosa que postula Milei insistentemente), sino que también es lógicamente mínimo respecto de su política impositiva (cosa que Milei parece haber olvidado empecinadamente). Dicho de otro modo: si el Estado ha de ser escaso en su extensión y sus servicios, ¿para qué querría cobrar los mismos impuestos que sostenían al Estado expandido de la justicia distributiva?

Círculos y flagrancias

Precisamente, en la teoría libertaria, “Estado mínimo” y “menos impuestos” se impulsan mutuamente en un círculo racional: el Estado es mínimo porque cobra menos impuestos; y se cobran menos impuestos porque el Estado es mínimo.

Resulta, sin embargo, que en la Argentina “libertaria” el Estado tiende a asemejarse en tamaño y funciones a lo que postula Nozick, pero la requisa fiscal de los ingresos de los argentinos parece por momentos inspirada en lo que ejecutaba Lenin durante el comunismo de guerra.

“El primera gobierno libertario del mundo”, sin baja de impuestos, es en realidad el elogio de la inconsistencia flagrante.