Si decimos que murió Cesar Pardo muchos al leer dirán “ajá, y?”. Pero si decimos “El Chileno”, y al acto sumamos la palabra “hamburguesas” muchísimos diran “eeh nooo, el chileno”.
Pocos son los bandeños que alguna madrugada o noche no se hayan llegado al mítico carro de “El Chileno”, en la esquina donde la Aristóbulo del Valle y Bolivia se cruzaban, a degustar sus legendarias hamburguesas.
Rara vez sonreía, más bien parco en su trato, aún con los clientes de siempre, esos que llegaban en moto y sin bajarse le hacían el pedido, intentando, infructuosamente, entablar una charla.
Sus hamburguesas eran las mejores de La Banda, ya tenían un nivel de mito, como fueron los sanguches de milanesa de “Fito” frente a la terminal bandeña durante años.
“El Chileno”, incluso, tenía clientes capitalinos, que jamás dudaron en cruzar el río para saborear una “completa”.
Todas las clases sociales se llegaban. En moto, en bici, en camionetas 4 x 4, en autos nuevos, no tan nuevos, caminando o como sea la gente, en una gran mayoría jóvenes, se acercaban a comprar.
Siempre en esa esquina, nunca se quiso ampliar, sabía que vendía todo, con la economía mejor, peor, siempre vendía todo. Se impuso un número. El llegaba, y no se iba a hasta vender todo. Había noches que podía vender el doble, el lo sabía y su respuesta, cuando algunos se lo planteaban, era “demasiado para mi”.
Tampoco se le cruzó por la cabeza instalarse frente a los boliches. No, no le interesaba, desde siempre y para siempre en la misma esquina.
Su carro, esa esquina y el fueron testigos de charlas de filosofía incentivadas por alguna macha bolichera, de peleas, discusiones, piñas, de engaños amorosos, de salidas tramposas, de reconciliaciones y genios que siempre tuvieron la solución a los problemas del país, mientras se clavaban una hamburguesa.
Desde aquí lo despedimos, le hacemos una reverencia y le decimos “gracias por tanto, Chileno”.
