
Desde la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV presidió el Ángelus en la fiesta de los patronos de Roma, Pedro y Pablo, y centró su mensaje en la importancia del perdón y la confianza como fundamentos de la unidad, tanto dentro de la Iglesia como entre las distintas confesiones cristianas. En un llamado a la conversión constante, animó a los fieles a renovar su vocación evangélica especialmente en el contexto del Jubileo.
El Papa recordó que la historia de los apóstoles no oculta errores ni contradicciones, y que su grandeza fue moldeada por la experiencia del perdón. En ese sentido, subrayó que la comunión verdadera nace de la confianza recíproca, que debe comenzar en las familias y comunidades: “Si Jesús confía en nosotros, también nosotros podemos fiarnos los unos de los otros”, dijo.
Durante su reflexión, también reconoció la existencia de muchos cristianos que hoy dan testimonio de su fe hasta las últimas consecuencias. Habló de un “ecumenismo de la sangre”, que une invisiblemente a las Iglesias, aunque aún no vivan en plena comunión. “Mi servicio episcopal es servicio a la unidad”, afirmó con solemnidad.
El Pontífice también meditó sobre la paradoja cristiana: lo que el mundo desecha, Dios lo transforma en fundamento. Así como Cristo es la piedra angular rechazada por los hombres, también hoy muchos marginados son piedras vivas en la construcción de la Iglesia.
Al concluir, invocó la intercesión de los apóstoles y de la Virgen María, y pidió que la Iglesia sea “casa y escuela de comunión” en un mundo herido. Su mensaje fue claro: la gloria de Dios se manifiesta en la fidelidad humilde, la entrega silenciosa y la conversión cotidiana.