El dolor detrás de los juguetes de madera: el fuego destruyó su taller y ofrece lo último que le quedó en la feria artesanal
Encontrá a Silvia en la carpa detrás del escenario del patio de comidas, stand número 161 de la Feria Artesanal del Parque Aguirre

Por Lourdes Suarez Torres y Luana Vazquez

Si hay algo que destaca a la Feria Artesanal del Parque Aguirre, además de la deliciosa propuesta gastronómica, y la creatividad de las producciones que se ofrecen año a año, son las historias detrás de cada emprendedor. Aquellos que se la pasan todo el mes vendiendo sus productos, pero que en realidad llegar ahí ya implica muchas horas de trabajo previo en la elaboración de cada pieza, y eso no se ve.

Esta es la historia de Silvia, una artesana que conocimos en nuestro recorrido el primer día por la feria, y cuyo relato es el testimonio vivo de la resiliencia de una mujer que lo ha perdido todo y aún así tuvo la fortaleza de ponerse de pie para superar las adversidades de la vida.

El arte hecho juguetes de madera

Nos acercamos a su puesto atraídas por el aroma inconfundible de la madera trabajada con amor y los colores llamativos. Juguetes, autitos de colección, mapas tallados a mano, aviones. Todo tiene una calidez única en el stand número 161 de la Feria Artesanal del Parque Aguirre. Pero no sabíamos que, detrás de cada pieza expuesta, había una historia que nos atravesaría el corazón.

Silvia López es nacida en Córdoba, vive en Necochea, pero desde hace más de 15 años se siente un poco santiagueña. Es que cada julio vuelve al calor de esta tierra para compartir su arte en madera, y este año no iba a ser la excepción… aunque el destino la puso a prueba como nunca antes.

Hace 20 años que trabajo la madera”, nos cuenta, mientras acaricia uno de sus juguetes. “Pero hace un mes perdí todo. Todo.” Las palabras le tiemblan y sus ojos se llenan de lágrimas. Nosotras la miramos, conmovidas. La herida aún está abierta.

La tormenta que le quitó todo

Nos relata que el sábado 14 de junio falleció su madre. Una semana después, una centella cayó en medio de la tormenta que azotaba esa región del país y redujo a cenizas su taller. El fuego se llevó no solo máquinas y herramientas, sino también moldes, bocetos, sueños tallados a mano. “No estaba trabajando. Ya había cargado todo para venir a Santiago. Solo quedaba la luz prendida en el taller. Me fui a tomar dos mates, y cuando volví… el taller era fuego. Las llamas salían por los vidrios, que explotaban. No había nada que hacer”.

Silvia no pudo recuperar absolutamente nada de las cenizas de su taller. Foto: Silvia Lopez

Silvia apenas pudo rescatar lo que ya estaba cargado en su camioneta. Ese poco que sobrevivió al incendio es lo que hoy exhibe en su puesto llamado Punchao, que en quichua significa “salida del sol”. Y sí, Silvia está saliendo del fuego con la fuerza del sol.

“Me desesperé. Pensé en el taller de mi compañero, que está a unos tres metros. Lo mío ya estaba perdido, pero no quería que él también lo perdiera todo. Vinieron los vecinos, los bomberos. Apagaron lo que pudieron. Pero fue total”. Hace una pausa, respira. Las lágrimas se le escapan, pero su voz sigue firme.

Lo que quedó en pie es su espíritu, un lápiz y una memoria viva de su oficio. “No tengo medidas, no tengo moldes, todo esto lo hago del momento. Es artesanal de verdad”, nos dice mientras señala sus piezas. Las combis, los camioncitos, los juegos de encastre que ella misma probó con sus nietos, que fueron sus primeros jueces y los más fieles cuidadores de sus juguetes.

Su historia no tiene herencia artesana. Nadie en su familia trabaja la madera. “Tengo cinco hermanos varones, un hijo y cuatro nietos. Pero esto es mío, me lo hice yo”.

Su cariño por la Madre de Ciudades

Cuando le preguntamos por su relación con Santiago del Estero, sonríe. “Me piden los mapas, así que me aprendí los departamentos de memoria. Vengo desde que la feria era chiquita y estaba en el Parque Oeste. Y la vida de feriante es así: solidaria, compartida. Viajamos con mi compañera, que también es artista. Compartimos el mate, el pan, el día entero”, sostiene sobre la feriante vecina, otra gran artesana espealista en marionetas.

Silvia no bajó los brazos. Se subió a su camioneta, con lo poco que quedó, y vino igual. A pesar del dolor, del fuego, de la pérdida reciente de su madre. Está aquí, detrás del escenario del patio de comidas, con su stand humilde pero lleno de historia y coraje. Está aquí con su Punchao, con su renacer, y sabe que una vez que se termine la feria, debe reinventarse y volver a empezar, desde cero, otra vez.

Y después de un abrazo fuerte y una foto, nosotras nos fuimos con el corazón en la mano, sabiendo que acabábamos de conocer a una verdadera artesana de la vida. Porque hay historias que se tallan con madera. Y hay otras que se tallan con fuego. La de Silvia es ambas, y brilla; como la salida del sol: El Punchao.