
Alejandra “Locomotora” Oliveras no solo fue una figura icónica del boxeo argentino: fue una sobreviviente. A los 15 años, mientras vivía en la pobreza en el pueblo cordobés de Alejandro, fue mamá por primera vez y sufría violencia por parte de su pareja, que incluso la golpeaba durante el embarazo. Un día, cuando él también agredió a su bebé, ella decidió romper el silencio y defenderse. Fue ese acto de valentía el que marcó el comienzo de una carrera imparable.
Comenzó a entrenar en secreto, en la misma pieza donde vivía con su hijo, y luego regresó a su pueblo natal con una bolsa de nylon y un sueño: cambiar su vida. Sin posibilidades de estudiar, trabajaba en una radio local donde, entre noticias, lanzó en broma su deseo de boxear. Un oyente le tomó la palabra y organizó su primera pelea: enfrentó a una vecina conocida como “La Yarará”… y ganó.
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En sus inicios la discriminaron, la subestimaron y la humillaron. En el gimnasio de Adelia María, su primer entrenador le dijo que no podría pelear “ni contra su sombra”. Sin embargo, la Locomotora se ganó el respeto a fuerza de golpes, coraje y victorias. En 2006 logró su primer título mundial (WBC), aunque debió enfrentarse también a una traición personal: días antes del combate, descubrió que su esposo tenía una relación con su hermana. A pesar del dolor, peleó y ganó.
Ya retirada, con seis títulos mundiales en cinco categorías, fundó dos gimnasios en Santa Fe. Uno era gratuito y exigía a los chicos presentar su libreta escolar. “Yo vine a esta vida a ser feliz”, decía. Y aunque la vida la golpeó muchas veces, ella eligió pelear cada round. Así vivió, y así será recordada: como una campeona de la vida.