
El Éxodo Jujeño tuvo lugar el 23 de agosto de 1812, cuando el general Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Norte, ordenó a la población de San Salvador de Jujuy abandonar la ciudad y retirarse hacia Tucumán.
Esta medida formó parte de la estrategia militar conocida como “tierra arrasada”, que consistía en destruir cosechas, casas, corrales y cualquier recurso que pudiera ser aprovechado por las tropas realistas provenientes del Alto Perú.
La retirada fue masiva y forzada, involucrando hombres, mujeres, ancianos y niños, quienes en pleno invierno debieron abandonar sus hogares, bienes y animales. El objetivo era privar al enemigo de recursos y permitir que las fuerzas patriotas se reorganizaran en mejores condiciones más al sur.
Símbolo de unidad
El sacrificio del pueblo jujeño quedó como un símbolo de unidad, compromiso y entrega por la independencia, ya que se marchó sin saber si podría recuperar sus tierras.
Belgrano tomó la decisión consciente de la inferioridad de sus tropas frente al ejército realista. Al evacuar Jujuy, buscó ganar tiempo y reagrupar a sus hombres en Tucumán.
El Éxodo no fue un hecho aislado: fue la antesala de la Batalla de Tucumán el 24 de septiembre de 1812, donde el Ejército del Norte logró una victoria decisiva que cambió el curso de la guerra.
Hoy, el Éxodo Jujeño es considerado una de las gestas más heroicas de la historia argentina. Cada 23 de agosto se conmemora con actos oficiales, representaciones históricas y desfiles cívico-militares, manteniendo viva la memoria de aquel momento en que Jujuy se convirtió en ejemplo de entrega y patriotismo.
El sacrificio de aquel pueblo sigue siendo un símbolo de libertad y compromiso que inspira a generaciones de argentinos.