
*Por Juan Manuel Aragón, editor del blog “ramirezdevelazco”.
La peregrinación es un viaje, la procesión un acto litúrgico. En la peregrinación van todos como pueden, si quieren rezan, si no, conversan con el de al lado, van callados, meditan, toman alguito por el camino. En las procesiones siempre va alguien por delante, un cura, un grupo de curas, sus acólitos, los monaguillos, en las peregrinaciones se camina lo más rápido que se puede, la cuestión es llegar.
La peregrinación de San Gil, que tradicionalmente se hace siete días antes de la fiesta, el 1 de setiembre, tiene más de 30 kilómetros de recorrido, pasando por entre fincas perfumadas del departamento Banda. Los peregrinos salen muy tempranito a la mañana, después de haber estado libando toda la noche a la vera del pequeño templo que levantó la familia Cobacho en Sacha Pozo, cerquita de La Aurora.
El santo suele detenerse en algunas casas que, muy tempranito en la mañana, han tendido una mesa con un mantel blanco para darle descanso al santo, pues la peregrinación se hace con la imagen que se conserva de San Gil, al frente de todos. Se reza quizás un Ave María, los dueños de casa entregan un óbolo a los organizadores, y sigue adelante.
Los peregrinos fingen demencia, como que no se han enterado de que ocurrió la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires y usan cintas rojas y amarillas y banderas y gorros y camisas y capas de ese color, como signo de fidelidad a la Madre Patria, España, de la que se siguen creyendo sus hijos.
Casi todas las tradiciones, costumbre y folklore que rodean a este santo no están contaminadas por la Iglesia Católica, gracias a Dios, ¿se imaginan lo aburrida que sería con los curas cantando “alabaré, alabaré”? Los peregrinos son gente alegre, que ha ido porque tiene una promesa, que viene a ser un “doy para que des” de algunos. “Voy si me consigues trabajo”, “si haces zafar a mi hijo de tal enfermedad”, “para que vuelva mi mujer que se ha ido con otro”. Es decir, se trata de una profesión de fe simple, sencilla, no hay mucha teología ni catecismo.
Gil o Gilberto, el que luego sería un santo, nació en Grecia, pero se hizo, vamos a decir famoso, en Nimes, Francia, la Galia, adonde fue después de quedar huérfano. Se estableció como ermitaño en una cueva cerca de Nîmes, en el Ródano, vivió en soledad, oración y penitencia. Se dice que se alimentaba de hierbas y la leche de una cierva enviada por Dios. No se sabe mucho sobre su vida, sobre todo porque fue escrita recién tres siglos después, imagínese.
Sí es seguro que es patrono de los pobres y de los campesinos, por eso, si alguien observa cuidadosamente a los peregrinos y a la gente que se hace “pisar” con el santo en La Banda, verá que es gente humilde, incluso los que llegan a caballo no tienen grandes aperos, riendas enchapadas en plata ni nada de eso, han ensillado casi como todos los días, como pueden, con lo que tienen.
¿Hay más para decir de la imagen de San Gil de Sacha Pozo? Uf, un montón. Pero, si puede, acérquese hoy a los peregrinos, espérelo en alguna parte del camino, déjese envolver por la tenue sensación de ser parte de una tradición que viene desde el corazón del departamento Banda, desde su costado más sencillo, para sentirse un peregrino más, alguien que camina al encuentro de Dios, aunque no entienda mucho de teología. Imagínese, si fueran al Cielo sólo los teólogos, sería un lugar desierto. Un embole.
Y todos saben que es divertido.