
Por Cecilia Ines Russo
Hay un costo que no aparece en ningún balance, pero que muchos líderes conocen demasiado bien: el costo invisible del liderazgo solitario. Es el precio de ponerse al hombro un negocio, un equipo o un proyecto, convencidos que si ellos no lo sostienen, todo puede desmoronarse.
Este estilo de liderazgo nace muchas veces de la certeza y la contribución. La certeza de que nadie lo hará como uno mismo y contribución inagotable que busca cuidar, resolver y avanzar. Pero cuando esas fuerzas se desbalancean, el líder se convierte en el “sostenedor silencioso”. A saber: alguien que asume todo el peso, en silencio, hasta que el cuerpo, la mente o las relaciones empiezan a pasar la factura.
Los síntomas suelen disfrazarse de normalidad: jornadas eternas, insomnio, irritabilidad, dolores físicos, desconexión emocional, entre otros. Estudios recientes muestran que más de la mitad de los líderes atraviesan signos de “burnout” (1), y que muchas organizaciones han perdido a gran parte de sus cuadros directivos por no atender a tiempo estas señales. Sin embargo, la mayoría sigue adelante, como si se tratara de un costo inevitable de liderar.

No lo es. El liderazgo solitario no solo erosiona al líder, también limita al equipo. El líder que todo lo carga termina, sin darse cuenta, frenando la autonomía y el desarrollo de quienes lo rodean.
Lo sé por experiencia propia. Más de una vez me he descubierto respondiendo un mail o resolviendo un asunto menor en un grupo de WhatsApp que ya había delegado. Lo hago convencida de que así alivio la sobrecarga de alguien más, pero en realidad me sobrecargo yo y, sin querer, le quito al otro la oportunidad de hacerse cargo. ¿Qué mensaje recibe ese colaborador? ¿Que confío en él? ¿O que, en el fondo, sigo controlando desde la sombra?
Esa es la trampa del liderazgo solitario: se sostiene creyendo que se cuida al equipo, pero en el fondo se genera dependencia, frustración y cansancio para todos.
¿Hay otra forma de liderar? Sí, pero requiere un primer paso valiente: detenerse y reconocer el costo oculto que se está pagando. Nombrar lo que duele, lo que pesa, lo que cansa. Reconocer que el liderazgo no debería ser una carga solitaria.
El segundo paso es abrir conversaciones distintas. Con uno mismo y con el equipo. Conversaciones donde pedir ayuda no sea una señal de debilidad, sino un acto de responsabilidad; donde delegar signifique confiar, y no cargar en silencio.
Y un tercer paso, igual de importante: aceptar que este camino de transformación no siempre puede recorrerse en soledad. Pasar de un estilo de liderazgo que todo lo absorbe a otro que multiplica y empodera requiere acompañamiento. Un proceso personal del líder, sí, pero también un proceso compartido con su equipo. Porque un equipo que aprende a conversar distinto, a coordinar acciones de otra manera, a sostenerse mutuamente, libera al líder del peso invisible y abre la puerta a un futuro más sostenible.
El costo invisible del liderazgo solitario no tiene por qué seguir siendo el precio a pagar por dirigir. Tal vez el mayor gesto de cuidado —propio y hacia el equipo— sea aprender a soltar el peso en silencio y animarse a construir un liderazgo en diálogo, acompañado, con la convicción de que el futuro no se lleva en los hombros: se teje en red.
(1) El burnout es el síndrome de desgaste profesional, un estado de agotamiento físico, emocional y mental causado por estrés laboral crónico. Se manifiesta en fatiga, despersonalización y disminución del rendimiento personal, lo que afecta la salud y calidad de vida. Las causas incluyen sobrecarga laboral, baja autonomía y falta de apoyo en el entorno de trabajo.
Cecilia Inés Russo, Master Coach Ontológico Profesional y Directora de Aquí & Ahora Coaching y Consultoría