
Por Melissa Ramírez
Enterrar a un hijo es atravesar el dolor más profundo que una madre puede conocer. No hay palabras que alcancen para describir lo que significa preparar flores para una tumba cuando lo natural sería preparar una mesa de fiesta.
En el marco del Mes de la Prevención del Suicidio, Valeria Vizcarra se anima a relatar, entre lágrimas y recuerdos, la historia de su hija Milagros Luján Barraza. Tenía apenas 23 años, era mamá de tres niños y el 24 de diciembre, mientras el mundo se vestía de luces y brindis, ella tomó una decisión que dejó un vacío imposible de llenar en su familia y en toda la comunidad de La Banda.
Ese día, Valeria despertó con una inquietud que no podía explicar. Mientras la ciudad se preparaba para la cena navideña, ella sentía en el corazón que algo estaba mal. “Aunque usted no lo crea, yo ya sabía que iba a pasar algo con ella”, confiesa en diálogo con Info del Estero.
Los detalles de aquella mañana la atormentan todavía: los pájaros entrando y saliendo de la casa, un televisor cambiado de lugar sin motivo, pequeñas señales que, vistas hoy, le parecen advertencias imposibles de comprender en ese momento.
Milagros había pasado las horas previas con amigos, compartiendo como cualquier joven de su edad. Pero en medio de las celebraciones, comenzó a dejar mensajes en redes sociales que inquietaron a su madre: “Yo les avisé”, escribió en un estado de WhatsApp. Poco después, le envió un mensaje directo: “Mami, ¿puedes venir a casa?”. Valeria lo vio tarde, y hasta hoy carga con esa culpa que la desgarra.
Con el correr de las horas, Milagros intentó comunicarse con varios miembros de su familia: llamó a su padrastro, a su hermana, a su padre, y hasta buscó insistentemente a su hermano menor, Benjamín, para pedirle “cinco minutos” de conversación. Pero por distintas circunstancias, nadie llegó a verla a tiempo. Fue otro de sus hijos, Héctor, quien la encontró cuando entró a buscar unos botines.
El día que Milagros decidió ponerle fin a su angustia
El hecho ocurrió el 24 de diciembre de 2023 en el barrio Villa Nueva, en La Banda, en una vivienda ubicada en la intersección de Manuel Elordi y Vías. “Mili”, como le decían sus amigos había vivido en distintos hogares; aunque contaba con una vivienda propia construida por el Estado, por disputas sobre la titularidad del terreno y situaciones vinculadas a su expareja no siempre pudo permanecer en ella. En los últimos años, su vida estuvo marcada por episodios de violencia y por una inestabilidad que la empujó a moverse entre casas de familiares y momentos de mucha fragilidad emocional.
Valeria contó que su hija había denunciado situaciones de violencia y buscado ayuda, pero que muchas de esas gestiones quedaron “en la nada”. La imposibilidad de acceder con seguridad a un hogar estable, las amenazas y las revictimizaciones dejaron huellas profundas: “Ella sufrió mucho —dice Valeria—. Vivió cosas que a esta edad no tendrían que pasarle a nadie”.
Según el testimonio, esos episodios incluyeron abusos y agresiones que Milagros había intentado denunciar y sobre los que buscó contención en amistades y en algunas instancias formales sin obtener la respuesta que esperaba.
Hace algunas semanas, la historia de Milagros dio un giro que tomó repercusión pública. Valeria realizó una transmisión en vivo por Facebook —sin saber en ese momento que su testimonio iba a resonar en el mes dedicado a la prevención del suicidio—.
En ese vivo, con la voz quebrada pero con la convicción de no ocultar la verdad, relató parte del sufrimiento de su hija y su llamado a la comunidad para hablar sin tabúes sobre estos temas. La grabación se viralizó: miles de personas se conectaron, compartieron y dejaron mensajes de apoyo. Para Valeria, ese alcance fue doble: doloroso por la exposición, pero también tuvo un componente de propósito: quiso aprovechar la visibilidad para hablar con jóvenes y alertar sobre las señales y las fallas del sistema de atención.
En la transmisión Valeria describió el día a día de su hija y la manera en que la depresión, los ataques de pánico y el abuso la habían ido consumiendo.
Recordó momentos de alivio y de ternura —mates compartidos, conversaciones nocturnas— junto a escenas de aislamiento y sufrimiento. “Ella muchas veces me decía: ‘Mamá, la vida que vos tuviste, yo la estoy viviendo'”, cuenta Valeria. Esa frase, según ella, resumía un hilo que cruzó generaciones y que habla de ciclos de violencia y carencias no atendidas.
Valeria insistió en un punto: Milagros buscó ayuda y denunció; sin embargo, las respuestas institucionales no fueron suficientes. Hubo denuncias que quedaron sin seguimiento efectivo, trámites que no prosperaron y un terreno legal y administrativo que dificultó que la joven pudiera afianzar su autonomía y la de sus hijos. Para la familia, ese conjunto de fallas contribuyó a agravar la vulnerabilidad de Milagros en momentos críticos.
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La fe y la búsqueda de ayuda: un camino compartido
A pesar de que su fe es el pilar que la sostiene, Valeria reconoce que en situaciones de profundo dolor la contención profesional es imprescindible.
“Dios creó la ciencia para que podamos acudir a ella”, sostiene con convicción, remarcando la importancia de acompañar la fe con apoyo terapéutico. Para ella, es vital transmitir que “todo en la vida tiene solución, menos la muerte”, y que las personas que atraviesan depresión, ansiedad o pánico necesitan sentirse escuchadas, sin que se minimicen sus emociones ni se las descalifique.
En ese punto, recuerda los mensajes de jóvenes que se contactaron con ella tras un vivo en redes sociales: muchos le confiaron que sus familias no supieron comprenderlos y que, al no encontrar contención en el hogar, buscaron respuestas en caminos que profundizaron su dolor. “Hoy los chicos se sienten muy solos. Los padres hemos perdido ese espacio de abrazar, de escuchar, de decirles que son valiosos”, reflexiona.
El recuerdo de su hija sigue siendo motor y refugio. “Era alegre, levantaba el ánimo de todos, incluso el mío”, dice entre lágrimas. La joven solía recordarle a su madre todo lo que había logrado y la alentaba a no bajar los brazos. Aunque admite que su hija ya venía arrastrando pensamientos de mucho tiempo atrás, Valeria prefiere quedarse con la certeza de que cada charla, cada encuentro y cada abrazo fueron instantes que pudieron postergar esa decisión. Hoy, asegura que sigue adelante por sus nietos y con la esperanza de que algún día volverá a reencontrarse con su hija.
IMPORTANTE: Si vos o alguien que conocés está atravesando una situación de sufrimiento emocional, no estás solo/a. Podés pedir ayuda:
En Argentina, puedes comunicarte al 0800-999-0091, línea de asistencia del Ministerio de Salud de la Nación al 011-5275-1135 en todo el país (Centro de Atención al Suicida).
En Santiago del Estero, está disponible el 107, número de emergencias del Sease.
Hablar puede salvar vidas.