
*Por Juan Manuel Aragón. *Periodista, editor del blog Ramírez de Velazco®
Desde hace varias generaciones, los santiagueños guardan celosamente un secreto compartido que transmiten a quien se apresta a conocer la provincia en profundidad. Oculto en uno de los lugares más emblemáticos, se dice que hay un trozo de oro capaz de enriquecer a quien lo encuentre. Todos saben dónde está, pero nadie ha intentado buscarlo: quizás porque para hallarlo haría falta invertir más de lo que vale ese fragmento del metal precioso.
La leyenda sostiene que, durante la construcción del Puente Carretero, un ingeniero encargado de la obra entregó a un obrero un tornillo para ajustarlo en un punto específico. Ni uno ni otro revelaron jamás dónde estaba. Si se pregunta, cualquier santiagueño dirá que se trata del famoso bulón de oro, perdido entre cientos de miles que sostienen la estructura del puente.
El Puente Carretero, que cruza el río Dulce y une Santiago del Estero con La Banda, fue concluido en 1927. La calzada para automóviles se inauguró oficialmente el 12 de octubre de ese año, aunque ya estaba habilitado para el paso ferroviario desde el 12 de febrero.
Las piezas metálicas, más de 6.400 toneladas de acero, fueron fabricadas en la región del Ruhr, en Alemania. El montaje y la ejecución estuvieron bajo la supervisión del ingeniero argentino Pedro Mendiondo. Los trabajos habían comenzado en agosto de 1924.
El bulón de oro dio lugar a innumerables especulaciones. Pedro Segundo Rojas Cuozzo, quien se llamaba “Historiador de vivencias santiagueñas”, contó que, en un viaje a Italia, le tocó de compañero de asiento un hombre que se presentó como uno de los ingenieros del puente. Según le reveló, él mismo había ordenado ajustar el tornillo a un obrero de apellido Catálfamo —integrante de una familia muy conocida en La Banda— y agregó que la pieza se encontraba en un sector más próximo a La Banda que a la capital.
Otra leyenda sostiene que el puente fue construido como una reparación del gobierno alemán por el hundimiento de los buques argentinos Monte Protegido y Toro durante la Primera Guerra Mundial. Pero Rojas Cuozzo y otros historiadores sostienen que el proyecto fue impulsado por Hipólito Yrigoyen y el gobernador Manuel Cáceres, financiado con fondos nacionales, y que la idea de la indemnización es un mito local sin respaldo documental. La falta de evidencia concreta en archivos históricos y la cronología de la construcción, iniciada años después de la indemnización de 1921, apoyan la hipótesis de que el puente no fue una reparación directa por los hundimientos.
De todas maneras, entre todas las leyendas urbanas que circulan en Santiago del Estero, la del bulón de oro es quizás la más antigua y también la más difundida. A los visitantes que llegan por primera vez se les relata esta historia, aunque siempre se aclara que probablemente sea apócrifa.
Los forasteros suelen quedarse mirando el puente con más curiosidad que asombro, rumiando lo mismo que cavilan los propios santiagueños: qué sentido tiene dejar algo tan valioso si la posteridad solo podrá recordarlo como un cuento o una leyenda incomprobable.
Tal vez en ese enigma resida la clave del mito.