En la Banda, donde las calles todavía guardan el eco de las gambetas de los pibes y el potrero sigue siendo una escuela de vida, hay un nombre que se pronuncia con respeto, cariño y una profunda gratitud: René Eduardo “Pinino” Ruiz. Formador, referente, maestro. Un hombre que llevó el fútbol en la sangre desde niño y que hoy vuelca toda su experiencia para construir futuros.
De su Escuelita de Fútbol en el Club Sarmiento —el mismo lugar donde él mismo soñó por primera vez con las grandes ligas— salió uno de los talentos jóvenes más queridos por la gente de Boca y del país: Exequiel “Chango” Zeballos.

El orgullo de un maestro
Cuando habla de Exequiel, la mirada de “Pinino” se ilumina. No hace falta preguntarle mucho para descubrir lo que siente: orgullo puro. Orgullo de ver a aquel chico tímido, con la pelota atada al pie, convertirse en un futbolista profesional que hoy pisa fuerte en Boca y que ya empieza a enamorar a Europa.
“Pinino”, su padre deportivo, lo vio crecer. Lo vio equivocarse, levantarse, esforzarse. Lo vio jugar como si siempre estuviera en el patio de su casa, sin miedo, sin peso, sin titubear.
“Hay chicos que tienen ese plus… esa personalidad para imponerse”. Exequiel lo logró. No todos pueden soportar la presión. Él sí”, reflexiona el formador, con la serenidad de quien conoce el camino.

El día que Boca vio lo que él ya sabía
Cuando los ojeadores del club xeneize llegaron a Sarmiento, no tardaron en descubrir al pequeño Zeballos. Vieron lo que “Pinino” había visto desde siempre: talento, personalidad, templanza y una pasión que no se entrena.
“Ellos observan las cualidades, la personalidad… quién tiene esa fuerza para ser de elite. Y Exequiel la tenía y la tiene”, recuerda.
Hoy, con el “Chango” consolidándose en Primera, el orgullo no es solo de Boca: es de La Banda, de Sarmiento, y sobre todo de su primer maestro.
Una carrera marcada por el esfuerzo
Antes de ser el formador que todos reconocen, “Pinino” fue jugador profesional. Su historia también está llena de sacrificios y de sueños cumplidos. De Sarmiento a Independiente; de San Lorenzo a Juventud Antoniana; de Lanús a Central Córdoba; de Douglas Haig a Tigre.
Un camino intenso, veloz, lleno de aprendizajes… y también de golpes.
Las lesiones lo obligaron a retirarse a los 28 años. Una edad en la que muchos recién empiezan a despegar. Pero él, lejos de lamentarse, encontró en ese momento difícil una nueva misión: convertirse en un maestro apasionado.
El legado que construye cada día
Lo que aprendió bajo la conducción de grandes entrenadores, lo transmite hoy en cada práctica, en cada charla motivadora, en cada corrección técnica y en cada abrazo a sus chicos.
“El fútbol me ha dado mucho. Y todo lo que aprendí, hoy lo vuelco en mis alumnos. Estoy orgulloso de mi carrera y de mis maestros”, dice con humildad.
Y así, desde su Escuelita en Sarmiento, sigue formando no solo jugadores, sino personas. Sigue sembrando valores. Sigue construyendo oportunidades. Porque eso es lo que hacen los verdaderos maestros: multiplican lo aprendido.
El sueño que todavía late
“Pinino” sueña con un último capítulo para completar la historia del “Chango”: verlo triunfar en Europa. Sabe que tiene con qué, y sabe también que, pase lo que pase, su nombre ya quedó escrito en el corazón futbolero del país.
Y mientras ese sueño madura, él sigue en la cancha de siempre, rodeado de pibes que lo miran con la misma admiración con la que Exequiel lo miró alguna vez.
Porque los cracks nacen.
Pero alguien tiene que enseñarlos a volar.
Y ahí está siempre “Pinino”.
