Hay una imagen que resume la Argentina que no se rinde: un joven de 25 años, con el uniforme verde del Sindicato de Camioneros, firmando una planilla de licencia para ausentarse de su puesto de limpieza en el barrio de Caballito. No se iba de vacaciones. Se iba a Arabia Saudita a pelear contra la lógica, contra el hambre y contra gigantes que le sacaban treinta kilos de ventaja.
Ese joven es Kevin Ramírez. Hoy, mientras el sol de Riad empieza a ponerse, Kevin ya no es solo el instructor de boxeo de Burzaco o el operario que cuida el presentismo. Es el campeón del Grand Prix “José Sulaimán”, el hombre que derrotó al mundo y que se trae a casa 200.000 dólares que, en sus propias palabras, son mucho más que un cheque: son la paz de su familia.
La escena en el cuadrilátero parecía extraída de una fábula. Frente a él, el bosnio Ahmed Krnjic: un rascacielos de 1.94 metros y 122 kilos. Kevin, un peso crucero natural, se veía pequeño, casi frágil ante la mole europea. Pero el boxeo, como la vida del trabajador argentino, se trata de saber caminar la cornisa.
Con la velocidad de quien tiene que terminar el recorrido antes de que salga el sol y la inteligencia de quien sabe que un error cuesta caro, Kevin castigó abajo. Golpeó donde duele, donde el aire falta, y esquivó las manos que caían como mazazos. Ganó por puntos, con el alma en la mano, dejando en claro que el peso de la historia y la necesidad pesan más que cualquier báscula.
“No saben cómo pega este tipo”
Al terminar la pelea, con el rostro marcado por el esfuerzo y la adrenalina, Kevin no se olvidó de los suyos. Sus primeras palabras fueron un puente directo a su realidad: “Esto es para mi sindicato, para mi familia, para mi hija… ¡No saben cómo pega este tipo!”.

En esa frase se resume la humildad de quien no se cree un superhéroe, sino un laburante que tuvo que aguantar el fragor del combate para asegurar el futuro de los que ama. Kevin pasó por mucho antes de llegar a este ring de lujo en el Medio Oriente; conoce el frío de la madrugada y el sacrificio de los gimnasios de barrio donde el “vale todo” es la regla para salir adelante.
El legado y el mañana
Hermano menor de Víctor “El Tyson del Abasto”, Kevin lleva el boxeo en la sangre, pero ha construido su propio camino. Mientras el boxeo argentino buscaba un respiro tras derrotas recientes, este joven de Burzaco, entrenado por Javier Molina en el gimnasio “Puños de Acero”, le devolvió al país la épica de las grandes noches.
Hoy, Kevin Ramírez volverá a Buenos Aires. Seguramente, cuando aterrice, ya no pensará en el bono de presentismo que perdió en diciembre. Pensará en que, por fin, puede mirar a su hija a los ojos y saber que el sacrificio valió la pena.
El operario de limpieza volvió convertido en rey. Porque en el boxeo, como en la vida, a veces los más “chicos” son los que tienen el golpe más fuerte: el de la esperanza.
