**Por Cecilia Inés Russo
El final del año suele llegar cargado de urgencias.
Balances que cerrar, pendientes que apurar, metas que evaluar.
Como si diciembre fuera una carrera contra el reloj, y no un umbral.
Sin embargo, hay otra manera de habitar este tiempo.
Una más consciente, más profunda.
Una que entiende que cerrar no es solo terminar, sino integrar lo vivido antes de seguir avanzando.
Para líderes, equipos y organizaciones, este momento del año es una oportunidad singular. No solo para medir resultados, sino para escuchar lo que el año dejó. Porque todo proceso —más allá de los números— deja huellas emocionales, aprendizajes silenciosos y movimientos internos que merecen ser mirados.

Cerrar con sentido implica algo más que hacer un balance técnico.
Implica preguntarse:
¿Desde dónde estuvimos liderando este año?
¿Qué conversaciones nos ordenaron y cuáles nos desgastaron?
¿Qué sostuvimos con coherencia y qué nos desalineó?
Hay años que nos expanden.
Otros que nos exigen.
Algunos que nos confrontan.
Y otros que, sin darnos cuenta, nos transforman por dentro.
El cierre consciente permite reconocer eso que no siempre aparece en los informes, pero que define la calidad del camino recorrido.
En los equipos, este momento puede convertirse en un ritual de retroalimentación profunda. No para juzgar, sino para aprender. No para señalar errores, sino para comprender procesos. Cuando un equipo se permite mirar lo vivido con honestidad y cuidado, algo se ordena. El cierre deja de ser una clausura y se vuelve un acto de integración.

Alinear y balancear no es buscar perfección.
Es más parecido a lo que hacemos cuando llevamos un vehículo a hacer su service. Nadie lo hace porque el auto esté “mal”, sino porque necesita una pausa para seguir el camino en mejores condiciones. Se alinean las ruedas, se balancea el andar, se revisa lo esencial para que el viaje continúe con mayor estabilidad, cuidado y eficiencia.
Este cierre de año cumple una función similar. No se trata de corregirlo todo ni de juzgar lo vivido, sino de detenerse lo justo para revisar desde dónde venimos avanzando, qué se desajustó en el camino y qué necesita ser reordenado para seguir. Alinear y balancear es volver al eje, no desde la exigencia, sino desde la conciencia.
Hay una dimensión más sutil en este tiempo del año.
Una invitación a bajar el ritmo, a escuchar el cuerpo organizacional, a percibir qué pide ser soltado y qué merece ser llevado al próximo ciclo. Esa escucha —cuando se habilita— trae claridad. Y la claridad trae alivio.

Tal vez por eso, este fin de año nos invita a algo más que proyectar.
Nos invita a habitar la pausa.
A agradecer lo aprendido.
A honrar los vínculos que sostuvieron el proceso.
A cerrar conversaciones pendientes, internas y externas.
Porque solo cuando algo se cierra de verdad, algo nuevo puede abrirse con fuerza.
Para quienes lideran, cerrar el año con sentido es también un gesto de cuidado. Un mensaje silencioso que dice: no somos solo resultados; somos personas atravesando procesos. Y ese mensaje tiene un impacto profundo en la manera en que los equipos entran al nuevo año.
Tal vez el mejor regalo que podemos darnos —y dar a nuestros equipos— en este tiempo sea ese:
un cierre consciente,
un balance honesto,
una retroalimentación que ordene,
y una intención clara para lo que viene.
No para empezar de cero,
sino para seguir desde un lugar más alineado y más balanceado.
Porque cuando pausamos para hacer un cierre consciente,
el nuevo comienzo no necesita forzarse.
Simplemente acontece.

Cecilia Inés Russo
Master Coach Ontológico Profesional
Directora Aqui&Ahora Coaching y Consultoría
