El plato navideño ¿festividad del alma o carga emocional?
Imagen creada con IA

Por: Licenciada Rita carolina Amado

Llega diciembre y, junto a las luces y los cohetes, se despliega un banquete de emociones servido en cada mesa.
Como psicóloga, observo cada año cómo la comida en las fiestas trasciende lo nutricional y carga en la función social todo su torbellino para convertirse en un lenguaje complejo de afectos, memorias y conflictos. No solo alimentamos el cuerpo; alimentamos vínculos, anhelos y, a veces, vacíos.

La comida en navidad y año nuevo es, ante todo, un ritual afectivo. El olfato y el gusto son sentidos directamente conectados con la memoria emocional. El sabor de la comida, el aroma de nuestros alimentos tradicionales, no son solo sensaciones: son hilos invisibles que nos tejen a nuestra historia, a las personas amadas, a los que ya no están. En mi consulta, muchos pacientes recuerdan a un ser querido no con un discurso, sino con una receta. Ese es el poder simbólico de la comida: nos conecta con la pertenencia.
Sin embargo, este mismo poder tiene un doble discurso positivo y negativo. La mesa se vuelve un campo de batalla emocional donde se libran varias guerras silenciosas:

La guerra contra la culpa y el cuerpo es una de las principales :

La narrativa social convierte las fiestas en un “permiso” para luego imponer el “castigo” de enero con dietas restrictivas. Esto genera un ciclo de atracón-culpa que daña la relación con la comida y con uno mismo. Comer deja de ser un placer para convertirse en un acto cargado de ansiedad y juicio.

Por otra parte abrazar la comida como anestesia emocional: Para quienes atraviesan soledad, estrés o duelos, el exceso puede ser una estrategia de regulación emocional momentánea. Se llena un vacío existencial con alimento, creyendo que se calma el hambre emocional. No es “falta de voluntad”; es un intento desesperado de autocuidado que, paradójicamente, termina dañando.

¿Cómo transformamos esta relación?

Propongo mirar la mesa de navidad y año nuevo no como un campo minado, sino como una oportunidad de consciencia emocional:

• Practiquemos el “comer consciente: Comer con atención plena no significa privarse, sino saborear con gratitud cada bocado, reconociendo los sabores, texturas y emociones que surgen. Preguntémonos: ¿cómo por hambre real o por ansiedad? ¡que de todo lo que están por servir me gusta mas ya optar la selección como herramienta saludable en cuanto a cantidad y calidad.

• Desarmemos la culpa y enfrentemos los estímulos: Una comida no define la salud. Permitámonos disfrutar sin narrativas catastróficas. La flexibilidad mental es más saludable que la rigidez dietética.

• Re-signifiquemos la comida como conexión, no como obligación: saber decir que no sin culpa. Que el acto de compartir una mesa sea como función social: para mirarnos a los ojos, conversar, reír y validar nuestra emociones, replantear y ajustar expectativas que no siempre debe salir todo bien , replantear si alguien de nosotros o el grupo está tramitando duelos . El verdadero nutriente es el contacto humano auténtico.

• Honremos las ausencias con consciencia: Podemos incluir una comida que le gustaba a quien ya no está, no como un acto de tristeza, sino de homenaje amoroso que nos permite integrar la pérdida en la celebración de la vida.

La comida en las fiestas no es el problema; es un espejo de nuestra salud emocional. Este diciembre, invito a dejar de lado la obsesión por las calorías y observar si ¿tenemos hambre de verdad o es hambre emocional que estamos tratando de saciar? Tal vez la respuesta nos lleve a servir en la mesa no solo platos tradicionales, sino también dosis generosas de compasión, diálogo y presencia consciente.

Que este fin de año, alimentemos, a través de la conexión humana, el alma.

La autora es Licenciada Rita carolina Amado, Psicóloga equipo Cairo, Especialista en obesidad y cirugía bariátrica.