Hace exactamente 23 años Argentina vivió uno de los capítulos más crudos de su historia, con un estallido social que tuvo saqueos, cacerolazos, represión policial y muertos en las calles. La crisis de diciembre 2001 fue tal que se vivieron conspiraciones políticas, renuncias y helicópteros con escapes repentinos.
Los días 19 y el 20 de diciembre fueron un antes y un después en la historia argentina. Aquellos dramáticos episodios dejaron un legado de confrontaciones políticas, sociales y económicas que perduran hasta la actualidad. A pesar de que pasaron más de dos décadas, sus consecuencias todavía son palpables en la memoria del pueblo.
Aquel momento marcó la caída del gobierno del presidente Fernando De la Rúa, quien encabezaba a la Alianza, cuando abandonó la Casa Rosada en un helicóptero tras dos años de gestión y una profunda crisis. Su final de mandato estuvo marcado por un estallido social y represión, en el marco de un Estado de sitio decretado por De la Rúa, que dejó un saldo de al menos 38 muertos, cientos de heridos y 4 mil detenidos en todo el país.
La crisis económica se había agudizado, la Convertibilidad llegaba agotada y la medida del “corralito” implementada por el ministro de Economía Domingo Cavallo, que limitó a 250 pesos/dólares la extracción de dinero en los bancos, provocó cacerolazos y posteriores conflictos. Incluso se registraron una gran cantidad de saqueos a supermercados, almacenes y comercios de todo tipo en distintos puntos del país.
Tras el estallido, el presidente De La Rúa anunció mediante una cadena nacional, poco tiempo después de las 19, que había tomado la decisión de “decretar el Estado de sitio para asegurar la ley, el orden y terminar con los incidentes”.
El entonces mandatario explicó que “los hechos de violencia ponen en peligro personas y bienes, y crean un cuadro de conmoción interior. Así como dispuse medidas de emergencia para asistir a los más necesitados, decidí poner límites a los violentos”. Casi de inmediato, se registraron diferentes protestas a lo largo y ancho del país, con una multitud concentrada en Plaza de Mayo.
“Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, cantaron los manifestantes frente a la Casa Rosada, lo que después pasó a ser uno de los lemas de aquella época. Para controlar el caos y frenar las protestas, el Gobierno desplegó a las fuerzas de seguridad, que reprimieron a quienes se habían movilizado.
En las inmediaciones de la Quinta de Olivos, otro importante grupo de gente se acercó bajo las mismas consignas. Allí, cerca de la medianoche, la guardia perimetral de la Policía Bonaerense fue levantada y dejó desprotegido el exterior de la residencia presidencial, donde se encontraba De la Rúa.
Al notar la liberación de la zona, varios manifestantes decidieron trepar los paredones y se posicionaron encima de los muros, pero desde el interior de la Quinta los esperaban tres líneas de fuego en defensa del presidente de la Nación.
Las protestas continuaron tanto como la violencia policial, por lo que la tensión se extendió durante todo el día siguiente. Aquella jornada, debido a las fuertes respuestas de las fuerzas policiales, se calcula que unas 38 personas fueron asesinadas en todo el país.
En las primeras horas de aquel jueves, una multitud se reunió en Palermo frente a la casa de Cavallo, quien anunció su renuncia alrededor de las 3 de la mañana y se fue del país junto a su familia. En simultáneo, la Policía Federal reprimió con gases lacrimógenos en la Plaza de Mayo y los conflictos continuaban escalando.
Horas más tarde, ya a mitad de la mañana, el movimiento de las Madres de Plaza de Mayo llegó junto a militantes de derechos humanos y el grupo Quebracho a la Plaza, donde fueron reprimidos por la Policía Montada. Para evitar que las mismas fueran heridas, los periodistas y fotógrafos que se encontraban en el lugar intentaron hacer un escudo humano.
Todos los medios transmitieron las imágenes por televisión y generaron que más manifestantes se acercaran a apoyar las protestas contra el gobierno. Ya sobre el mediodía, la Plaza de Mayo estaba repleta de personas de todas las edades y clases sociales, pero toda la zona fue rodeada por agentes de infantería de la Federal, que reprimieron a la multitud con gases lacrimógenos y balas de goma.
De esta manera, los incidentes fueron creciendo y se extendieron a lo largo de la avenida de Mayo hasta la 9 de Julio, donde grupos de militantes de izquierda se enfrentaban con las fuerzas de seguridad. La violencia escaló a niveles tan altos que se presenciaron asesinatos en Plaza de Mayo, Congreso y en las inmediaciones del Obelisco.