La música británica ha perdido a una de sus figuras más emblemáticas. John Mayall, pionero del blues británico, ha muerto este lunes en su casa de California a los 90 años, según ha informado su página web en un comunicado oficial. Mayall se dio a conocer en los primeros sesenta durante la eclosión adolescente y desenfadada de la música pop de Reino Unido cuando The Beatles, The Rolling Stones o The Who tomaron el mando de las listas de éxito a ambos lados del Atlántico y escribieron una página gloriosa de la historia. Sin embargo, al margen de las modas y la necesidad de epatar con la cultura juvenil, este prodigioso guitarrista se erigió como un guardián del blues.
Nacido en Macclesfield, a las afueras de Manchester, Mayall aprendió los rudimentos de la guitarra de su padre, un coleccionista de discos y currante del escenario que se ganaba el pan en actuaciones de pubs locales. Durante años estuvo dedicado a la publicidad tras estudiar la carrera de Arte en Manchester hasta que a los 30 años decidió convertirse en músico. A diferencia de la mayoría de las iluminarias del pop británico, Mayall, un tipo alto y de salvaje melena, llegó mayor a la revolución que se estaba cocinando en el interior de las islas. Con todo, y al igual que le pasó unos años antes a Chuck Berry en el trepidante arranque del rock’n’roll en Estados Unidos, no fue un obstáculo para que se convirtiese en una referencia inmediata. Se mudó a Londres y no tardó en despuntar en el circuito del blues con su banda The Bluesbreakers.
Mayall y sus Bluesbreakers representaban la quintaesencia de lo que se conocería como blues británico. Impulsado por influencias del blues eléctrico de Chicago, con sus fascinantes, machaconas e impacientes salidas del rhythm & blues de Chess Records, esta derivación del blues ofrecía un interesantísimo descaro juvenil hecho por chavales blancos. Los preceptos de Muddy Watters, Howlin’ Wolf o Willie Dixon se retorcían hasta otorgarlos un brío más inocente dentro del formato guitarra, bajo, batería, órgano y armónica. Eran gargantas menos fieras y lascivas, que ofrecían un brillo pop al conjunto, pero los guitarrazos y las recreaciones instrumentales no escatimaban en sus dosis de adicción blues.
Con estas premisas, The Bluesbreakers se consolidaron como punta de lanza del blues británico. En aquellos primeros sesenta, había otras bandas importantes como The Rolling Stones, The Animals o The Yardbirds, pero ninguna tenía unos cimientos tan sólidos en las esencias como la formación liderada por Mayall, un multiinstrumentista que vapuleaba con su lenguaje de guitarra. Incluso grupos estadounidenses (¡y de Chicago!) como The Paul Butterfield Blues miraban con recelo a las capacidades de The Bluesbreakers. Sonaban contundentes, se sentían auténticos.
Eric Clapton, que ingresó en The Bluesbreakers en 1965 por un breve periodo de tiempo a la búsqueda de los atributos blues que no encontraba en The Yardbirds, reconoció que con Mayall aprendió cuestiones valiosas con la guitarra. Melómano de los pies a la cabeza, Mayall era un purasangre del blues, un virtuoso con un espectacular sentido del ritmo al que pronto llamaron en Reino Unido “el padrino del blues”. El único disco que grabó Clapton junto a él fue Blues Breakers (1966), una obra maestra de mayúsculo blues-rock, abrasiva y febril, cuya pegada mira de tú a tú a todas las joyas imperecederas que se grabaron en la edad dorada del pop-rock británico de los setenta.
Como padrino, o maestro, Mayall se erigió también en un formador de músicos. No solo fue Clapton: otros instrumentistas de alta calidad como Peter Green o Mick Taylor aprendieron de sus enseñanzas. El primero acabaría formando Fleetwood Mac y el segundo sería el guitarrista de The Rolling Stones. Con el paso del tiempo, su banda fue una escuela de la que salían magníficos músicos de garito y que, por suerte, en las últimas dos décadas se ha podido apreciar gracias a una serie de directos que se han publicado de aquellos años sesenta y setenta. Aunque su éxito entre los músicos no se traducía tanto en la cuenta bancaria: Mayall y los suyos no triunfaban tanto como los jefazos de la contracultura porque no se atenían a las modas psicodélicas ni estéticas de la época.
Dio igual: el guitarrista se mudó a Estados Unidos y allí no paró de sacar discos de todo pelaje blues, igual homenajeaba a ídolos como se adentraba en propuestas acústicas, abrazaba las jam-jessions con jazz o se aliaba con colaboradores de toda condición para hacer duetos o canciones compartidas. Todo servía para, como su padre en los pubs de Manchester, mostrarse como un currante del blues. Un líder de banda que periódicamente sacaba discos en directo para recordar que el género siempre se entendió como una música de bar, de simbiosis en vivo.
Mayall se mostró siempre activo, también en causas sociales en algunos de sus discos, bien fuera a favor de la ecología o en contra de la guerra. Por España, se le pudo ver en varias actuaciones que nunca decepcionaron, mostrándose como un anciano con una destreza extraordinaria en el blues, aunque el género fuera a partir de los ochenta un espacio cada vez más reducido y repleto de patrones que se repetían. En su caso, a veces, pecaba de inmovilismo, pero era incuestionable que significaba un modo de entender el blues. John Mayall era un guardián de una esencia que era básica: guitarra, bajo, batería, órgano, armónica y unas locas ganas de partir en dos la noche.