Con menos democracia no se consigue más democracia

Por Álvaro José Aurane

“Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático”. (Artículo 38 de la Constitución Nación, Capítulo Segundo, Nuevos derechos y garantías)

 

Enero es historia y dejó una cuenta regresiva: hasta el 21 próximo estará habilitado el período de sesiones extraordinarias del Congreso para tratar el paquete de proyectos que remitió la Casa Rosada. De esas iniciativas, una sola de ellas parece estar madura: la suspensión de las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO). Ello amerita un abordaje en dos grandes planos.

La primera dimensión es coyuntural. Y es política. El Gobierno nacional aspira a iniciar el año dando una muestra de poder parlamentario. Es una cuestión -ya se ha dicho- esencial para el oficialismo, que antes que la fórmula económica de crecimiento y bienestar social atiende la fórmula del poder: demostrar fortaleza. Sobre todo en el Congreso, donde goza de una contundente minoría.

En este plano, en Diputados se negocia sin pausa para garantizar el quórum -primero- y los votos -después- para que el jueves venidero haya sesión y aprobación de la propuesta. Contra ello conspira un reproche opositor: el Gobierno prorrogó por segundo año consecutivo el Presupuesto General de la Nación, evitando todo debate del Congreso. Consecuentemente -razonan-, si no hubo consenso para debatir la pauta de ingresos y gastos para este año, como pedían los gobernadores, ¿por qué debe haberlo para suspender las PASO, como quiere el presidente, Javier Milei?

El segundo plano es de fondo. Y tiene que ver con la mismísima democracia.

Es una dimensión trascendente, pero contra ella conspira el hecho de que las PASO son una institución novedosa, que no goza de popularidad pese a las virtudes que no se cansa de exhibir. Fueron creadas en 2009, durante la primera presidencia de Cristina Kirchner, y desde entonces han sido vapuleadas por los más diferentes gobiernos. Incluyendo las gestiones “K” que siguieron.

El cuestionamiento simplista y común es que son costosas e innecesarias. El planteo es falaz. Más o menos desde que se escribió la Biblia sabemos que todo sistema de gobierno es oneroso. En el Génesis, Samuel le transmite al Señor que el pueblo pide tener un rey. La respuesta del Creador es contundente: el monarca tomará a los hijos de sus súbditos para formar ejércitos, labrar y cosechar sus campos, y además cobrará un diezmo. Léase: si quieren un Gobierno, tendrán que costearlo.

Luego, que en esta Argentina que hace apenas 40 años conoce el fenómeno de la democracia ininterrumpida, renegar de que hay que gastar en elecciones (es decir, en democracia) es no sólo una falta de conciencia histórica: es una muestra de ingratitud tan impune como feroz.

Dicho de otro modo: la gestión libertaria ha ajustado brutalmente desde la obra pública hasta la cobertura de medicamentos para los jubilados. Si este gobierno de la democracia ni siquiera quiere gastar en más democracia, ¿exactamente en qué quiere gastar?

Hay un chiste bobo que sostiene que si el queso gruyere tiene agujeros, y cada agujero equivale a menos queso, cuanto más queso hay, en realidad, menos queso se tiene. Consecuentemente, si hay menos queso, entonces hay más queso. A ese absurdo, aquí, lo están contando en serio: le están diciendo al pueblo que para conseguir más democracia hay que tener menos democracia.

“La casta” está contenta

Los sucesivos gobiernos aborrecen las PASO porque el diseño de esas internas abiertas está al servicio del pueblo. De hecho, las primarias le han prestado sobrados servicios a la ciudadanía.

En primer lugar, les dan más poder a los votantes, que antes de elegir a sus representantes en octubre, sufragan en agosto para determinar quiénes tendrán derecho a ser candidatos. Esta cuestión revive a los partidos políticos, que son instituciones fundamentales de la democracia por cuanto ostentan el monopolio de la representación para los cargos electivos: sólo se puede ser candidato a través de una agrupación. Sin embargo, las últimas internas de los grandes movimientos argentinos se celebraron en los 80: Raúl Alfonsín vs. Fernando de la Rúa en 1983; Carlos Menem vs. Antonio Cafiero en 1988. Todo lo que vino después fue el resultado de “la rosca” en las cúpulas de las fuerzas políticas para armar las listas “a dedo”. Y el votante, afiliado o no, sólo tenía que ir al cuarto oscuro el día de la elección general a votar “lo que había”. Eso con las PASO no pasa.

En segundo término, aportan un valor inestimable para toda elección: claridad. En dos niveles. Primero, en el cuarto oscuro. Sólo los partidos que lograron el 1,5% de los votos (un requisito casi testimonial) pueden presentar listas en las elecciones generales. Segundo, en la escena electoral. Las PASO de 2015 mostraron que Macri sí tenía chances para la Presidencia y que la pelea sería dirimida entre él y Scioli. Las de 2019 le enseñaron a la oposición (entonces, el peronismo) el alto consenso de la fórmula de Alberto Fernández y Cristina. A la vez, expusieron el rechazo a la política macrista. La de 2023 exhibieron que Milei podía ser Presidente y que el PRO estaba fuera de carrera.

Queda claro, entonces, que las PASO no son inútiles. En todo caso, le restan poder a “la casta”. Esa que Milei tanto dijo odiar y que, ahora, tanto aplaude la liquidación de las primarias…

Incluso bajo el reduccionismo que las denigra a la condición de “encuesta”, las PASO serían un sondeo no manipulable. Y en sus sucesivos resultados se puede apreciar que hay un porcentaje determinante de electores que no son “cautivos” de partidos ni ideologías. Ello blinda al sistema de gobierno argentino con un requisito imprescindible para toda democracia: la incertidumbre, según Robert Dahl. Si no hay resultado cantado, entonces el poder sigue en manos del pueblo.

La conclusión es que el sistema de selección de los candidatos importa tanto como la posterior elección general. Ello confirma el postulado de la Constitución: los partidos políticos son fundamentales para la democracia. Aquí y en todo Occidente. “El partido político se hace necesario y, en realidad, indispensable para organizar y activar la voluntad política de la masa electoral… La entrada de los partidos políticos caracteriza el paso de un control oligárquico burgués del proceso de poder a la democracia constitucional moderna”, enseñó en “Teoría de la Constitución” el notable Karl Lowenstein, considerado con justicia como uno de los padres del constitucionalismo moderno.

Los partidos políticos, entonces, son sagrados para la democracia. Por supuesto, nadie está obligado a profesarles cariño. Pero cuanto menos en este país, tan estragado de dictaduras durante el siglo XX, habría que profesarles respeto. Desde afuera. Y también desde adentro de las organizaciones.