
Por Álvaro José Aurane | Para Info del Estero
Es sintomático. Este Gobierno ya no habla de Juan Bautista Alberdi. Fue uno de los íconos de la campaña libertaria y apenas asumieron estamparon al mayor prócer civil de la Argentina en el billete de máxima denominación. Pero después comenzaron a gestionar. Y a mostrarse. Pocas dimensiones son tan desenmascaradoras como el poder. Alberdi, entonces, se convirtió en una incomodidad.
Por eso, el 1° de mayo ha sido evocado (una vez más, habrá que decir) sólo como el Día del Trabajador. Una fecha establecida internacionalmente para conmemorar la salvaje represión que la Policía de Chicago lanzó en 1886 sobre los obreros de la fábrica McCormick, quienes estaban en huelga en reclamó de que se reglamentara una jornada de trabajo de sólo ocho horas diarias.
Sin embargo, para nuestro calendario patrio hay un suceso anterior mucho más trascendente: la materialización del contrato social con el que se constituyó esta nación. Otro 1 de mayo, pero de 1853, acontecía esa hora puramente argentina. En Santa Fe sancionaban la Constitución de la Nación los diputados de las provincias, con excepción de los de Buenos Aires. Ese Estado será incorporado a la Confederación luego de la batalla de Cepeda, librada en 1859, por lo que la Carta Magna se modificó y se aprobó el 1 de mayo de 1860 para completar la conformación de nuestra república.
La Constitución histórica establece en la Argentina, tres décadas antes de los sangrientos hechos acontecidos en Estados Unidos, el derecho a trabajar y a ejercer toda industria lícita. No es lo único con lo que nuestro país se anticipa a varios. “En la Nación Argentina no hay esclavos”, establece el artículo 15. Y mediante esa garantía la esclavitud queda abolida en la Argentina en 1853. Después la imitarán Perú (1854); Venezuela (1855); EEUU (1865) y Brasil (1871-1888). Es decir, en la Argentina el trabajo es libre. Pero no sólo eso: no debe haber discriminación para acceder a un puesto. Porque en este país, declara el artículo 16, no hay prerrogativas de sangre o de nacimiento, ni títulos de nobleza. “Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad”, garantiza la norma inspirada por Alberdi. El incomodante Alberdi.
Así que reivindicar la Ley Fundamental en su día es mucho más amplio y cercano que la evocación (merecida, pero lejana) de una represión obrera. ¿Por qué, entonces, no es feriado por el Día de la Constitución Nacional? Porque así como el 1 de Mayo es en la Argentina mucho más que el Día del Trabajador, la Constitución Nacional es infinitamente más que derechos laborales.
El legado
A Alberdi y a su proyecto de Carta Magna los argentinos le deben los derechos de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y de aprender.
A él hay que agradecerle que la propiedad sea inviolable, y que nadie pueda ser privado de ella, sino en virtud de sentencia fundada en ley. Y que la Ley Fundamental fije que el pueblo no delibera ni gobierna sino mediante sus autoridades constitucionales. Que toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete sedición.
Es por la obra de Alberdi que la Ley de Leyes garantiza que ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Que nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de una orden escrita por una autoridad competente. Que es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. Que el domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Que hayan sido desterradas la pena de muerte por causas políticas y la tortura.
“El tormento y los castigos horribles son abolidos para siempre”, escribió en su proyecto de Constitución, sólo para que la posteridad se encargase de agigantar su figura y sus principios.
Pero la Ley Fundacional dice más. Y Alberdi también. Tal vez en todo eso que una y otro no callan se encuentra la razón para que el Día de la Constitución pase casi de contrabando aquí cada 1 de mayo.
El pensamiento
Alberdi se preguntó que es la soberanía del pueblo: “Es el poder colectivo de la sociedad, de practicar el bien público bajo la regla inviolable de una estricta justicia”. Y completó: “La soberanía del pueblo no es pues la voluntad colectiva del pueblo; es la razón colectiva del pueblo”.
Esa “razón colectiva” es constitutiva de la argentinidad. “Una nación no es una nación, sino por la conciencia profunda y reflexiva de los elementos que la constituyen -esclareció -. Recién entonces es civilizada: antes ha sido instintiva, espontánea; marchaba sin conocerse, sin saber adónde, cómo ni por qué. Un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a sí mismo, cuando posee la teoría y la fórmula de su vida, la ley de su desarrollo”. Es decir, una nación debe ser construida.
¿Construida cómo? Conjurando un pasado que no quiere que regrese. Nacido en 1810, Alberdi ha llegado al mundo poco después de las invasiones inglesas, durante las cuales los criollos han dado un primer paso identitario: no quieren ser británicos. Ha nacido en el año de la Revolución de Mayo, señera pero no definitiva para romper las cadenas con España. Ha crecido en el suelo de la Batalla de Tucumán y de la Declaración de la Independencia. Ha madurado en el país estragado por las luchas entre unitarios y federales. Y, desde esas ruinas, ha decidido aportar todo cuanto puede para darle identidad a esa patria en gestación. Quiere una nación nacida de la placenta de la Modernidad: nadie habrá de tener más poder que aquel que las leyes le confieren.
El tucumano diseña entonces un remedio contra la tiranía de Juan Manuel de Rosas y contra la anarquía de la guerra civil. Eso es la Argentina como una república: si la democracia es la materia, la división de poderes es la forma. A mayor escala, consagra el Constitucionalismo: un sistema de relaciones y contrapesos institucionales. Eso debe primar para que funcione la democracia.
Con semejante contexto, plasma en “Las Bases” un presidencialismo fuerte, pero porque él ya ha visto el fratricidio criollo y anhela superarlo para siempre partir de un liderazgo sólido. Pero también es cierto que pauta esa instancia brevemente: en su régimen presidencial no hay reelección consecutiva. La cronicidad de un hegemón en el poder, bien lo sabe, da como resultado el oprobio que describe el “Martín Fierro”. “El poder ilimitado es un ángel perdido que reniega y llora en medio de un desierto espantoso”, anotó en su Fragmento preliminar al estudio del Derecho.
Por el contrario, Alberdi es un hombre (y un nombre) de la libertad. “Yo he consagrado toda mi vida, de pensamiento y de acción, mis escritos y mis destinos personales, a la grande idea de la Revolución de Mayo de 1810, que fue la de la libertad de la patria, entendida en el sentido moderno, a saber: la organización del gobierno del país por el país”.
En nombre de la libertad de la patria, Alberdi plasma en la Constitución Nacional el derecho madre de la libertad de expresión: el de publicar las ideas por la prensa sin censura previa.
La interpelación
Esa garantía constitucional tiene un antecedente que la precede cuatro décadas. Pero si la obra de Alberdi devino estorbo para el oficialismo libertario, ni hablar de que los odiadores seriales de la prensa puedan tolerar la efemérides del mes pasado, que ha pasado, directamente, al olvido.
El 20 de abril de 1811, la “Junta Grande” a cargo de Cornelio Saavedra, dicta el “reglamento de libertad de prensa”. Ese decreto no contiene fundamentos, porque ellos fueron expresados en el discurso del dean Gregorio Funes. El 22 de abril de 1811, La Gazeta de Buenos Ayres publica una edición extraordinaria, que contiene el reglamento y las palabras del orador.
“Es cosa averiguada que sin la libertad de la prensa no puede haber libertad en pensar”, comienza el religioso. Está diciendo que la libertad de pensamiento no es otra cosa sino el libre acceso a todas las fuentes de pensamiento. Fuentes que, hace dos siglos, son impresas.
El dean Funes plantea entonces que así como la propiedad privada es inestimable para los individuos, lo mismo se aplica a “la plena posesión de su persona”. En esa equiparación, el jesuita puntualiza que así como una persona puede disponer libremente de sus bienes, otro tanto debiera ocurrir respecto de las ideas. “,Qué vendría a ser aquel estado donde, para moverse y disponer de sus bienes, fuese necesario consultar siempre la voluntad de un superior?”, se pregunta. La “inspección de la ley” sólo es admisible frente a un abuso de esos derechos. Entonces, ¿qué cosa no es el derecho de publicar las ideas por la prensa sin censura previa? No es un régimen de inmunidad: lo publicado sí genera responsabilidad. ¿Y qué cosa sí es? Claramente, es una libertad.
Pero Javier Milei, el “libertario”, aborrece esa libertad. Desde que asumió, insulta a periodistas que expresan reparos respecto de sus políticas o de su proceder en el ejercicio de la Presidencia. Sólo rescata a aquellos que cantan alabanzas a sus acciones y que cuestionan con fanatismo a los opositores. Son “modelo de periodismo”, entonces, los repetidores del discurso oficial. Incluyendo a los que permiten que se interrumpan las entrevistas y se las edite para evitarle “problemas”…
Milei detesta la libertad de prensa porque reniega de la libertad de pensar. El Estado tiene el monopolio de la fuerza y él anhela el monopolio de la palabra. Exige la difusión de un pensamiento único: el suyo. Y quienes digan algo distinto merecen ser despreciados. “Todavía no odiamos lo suficiente a los periodistas”, ha repetido. Amedrentar periodistas es un camino hacia la “auto-censura”: mejor no decir que los jubilados ganan miserias o que el escándalo de la criptomoneda “$Libra” es una presunta estafa. Quien diga tales cosas merecerá ser “odiado” por orden del jefe de Estado. La “auto-censura” es la vía antidemocrática para birlar la garantía contra la censura previa.
Los pseudo liberales ya no hablan de Alberdi porque les resulta incómodo. Y les resulta incómodo porque les queda tan grande…