
A medida que se acerca el 1° de agosto, muchas costumbres ancestrales resurgen con fuerza en el norte argentino. Una de ellas es la tradicional toma de caña con ruda, un ritual que simboliza protección, agradecimiento y conexión con la naturaleza y las raíces culturales del continente.
Sobre esta práctica habló María Eugenia Ibáñez, escribana y artesana de Añatuya, quien desde hace seis años elabora artesanalmente caña con ruda, rescatando una tradición originaria que atraviesa generaciones y regiones.
“Es un saber heredado de pueblos del norte, como los que habitan Salta, con raíces en las culturas indígenas de América Latina. Se trata de una maceración con licor que hacían tradicionalmente los mayores, pero que hoy también es muy valorada por los jóvenes”, explicó Ibáñez.
Un ritual ancestral de agradecimiento y protección
Cada 1° de agosto, coincidiendo con el Día de la Pachamama, se acostumbra beber tres tragos de caña con ruda en ayunas. La tradición tiene un doble propósito: por un lado, agradecer los frutos de la tierra y los bienes recibidos; por el otro, protegerse de los males del invierno, especialmente las enfermedades.
“La Pachamama era honrada por los pueblos andinos —como los quechuas y aimaras— desde Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y también Argentina. En zonas rurales aún se hacen ofrendas a la tierra con flores, tabaco, comidas y chorritos de licor, todo con profundo respeto y fe”, detalló la artesana.
Elaboración y tradición familiar
Ibáñez realiza la maceración con plantines de ruda macho cultivados en su propia casa. Utiliza como base la caña Legui —una marca tradicional que destaca por su sabor dulzón e intenso— y comienza el proceso el 24 de junio, Día de San Juan. Luego, el licor es fraccionado en botellas de 250 ml y, si la demanda lo requiere, se hace una segunda maceración con nuevas ramas.
“Cada año hay más interés. Hay personas que hacen sus reservas desde mediados de julio y los días 29, 30 y 31 son los más intensos. Incluso, algunos vienen a tomar un trago acá porque ya no me queda para vender”, contó.
Además de la versión clásica, ofrece variantes saborizadas con limón o naranja. También recuerda una preparación peruana con pepitas de durazno, aunque no se consigue esa fruta fácilmente en la región durante esta época.
Un legado que se transmite
Ibáñez combina esta actividad con su emprendimiento de tejidos y artesanías, ofreciendo productos que no se consiguen fácilmente en Añatuya, como piezas en llama o alpaca. Su marca fue creada junto a Juan Carlos Páez Jiménez, quien diseñó el logo e identidad visual del proyecto.
“Es una forma de compartir algo nuestro, de no dejar que se pierda esta parte de la cultura. Somos responsables de transmitir este legado que hace a los usos sociales e históricos de nuestras comunidades”, concluyó.