A 80 años de Hiroshima: la bomba que cambió el mundo para siempre

“¡Dios mío, ¿qué hemos hecho?!”

La mañana del 6 de agosto de 1945, a las 8:15, el copiloto Robert A. Lewis del bombardero estadounidense B-29 dejó escapar una frase que quedaría grabada en la historia: “¡Dios mío, ¿qué hemos hecho?!”. Desde los mandos, el coronel Paul Tibbets guardó silencio. Acababan de lanzar la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.

El Enola Gay y su letal carga

El avión despegó seis horas antes desde la base aérea de North Field, en la isla de Tinian. Su tripulación estaba compuesta por doce hombres y el coronel Tibbets había bautizado la nave como Enola Gay, en honor a su madre. Irónicamente, aquel nombre materno estaba estampado sobre una máquina que transportaba la muerte.

La bomba se llamaba Little Boy, aunque de “pequeña” sólo tenía el nombre: pesaba 4.400 kilos, medía tres metros y medio, y liberó una energía equivalente a 16.000 toneladas de dinamita. Estalló a 600 metros del suelo. En segundos, mató a unas 70.000 personas —un tercio de la población de Hiroshima— y dejó una huella radiactiva que condenó a muchas más a una lenta agonía.

El infierno desde el cielo

George Caron, artillero de cola del Enola Gay, describió el momento en que la bomba explotó:
“Una columna de humo asciende rápidamente. Es una masa burbujeante gris violácea con un núcleo rojo. Todo es turbulencia. Las llamas surgen como de un lecho de brasas. La forma de hongo se extiende hacia nosotros. Es como melaza hirviendo. Tiene quizá 3.000 metros de ancho y 800 de alto. Está casi a nuestro nivel. Las colinas desaparecen bajo el humo”.

La explosión generó un radio de destrucción total de 1,6 kilómetros, arrasando con el 69% de los edificios de la ciudad. Minutos después, una extraña “lluvia negra” comenzó a caer al noroeste de Hiroshima. Llevaba hollín, polvo y partículas altamente radiactivas. La ciudad quedó cubierta de cadáveres. Radio Tokio informó: “Prácticamente todas las cosas vivas, humanos y animales, se quemaron hasta la muerte”.

Truman y la amenaza atómica

Horas más tarde, el presidente Harry Truman anunció oficialmente el uso del arma:
“Hemos añadido un nuevo y revolucionario poder de destrucción. Si Japón no acepta nuestras condiciones, puede esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto”.

La bomba fue el resultado de años de investigación bajo el ultrasecreto Proyecto Manhattan, liderado por Robert Oppenheimer, que reunió a científicos en el Laboratorio de Los Álamos para crear el primer dispositivo atómico.

Trinity: la prueba que lo cambió todo

La primera explosión atómica se había realizado apenas tres semanas antes, el 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México. El ensayo, llamado Trinity, fue descrito por testigos como más luminoso y caliente que el sol. Aunque se pensaba que la zona estaba deshabitada, había ranchos y poblados cercanos cuyos habitantes nunca fueron advertidos.
El comunicado oficial habló de la explosión de un “cargador de municiones”, pero ocultó los verdaderos riesgos radiactivos. Recién después de Hiroshima, se supo lo que realmente había ocurrido.

La muerte volvió tres días después

El 9 de agosto, Estados Unidos arrojó una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki. La devastación, sumada a la amenaza de una inminente invasión soviética, forzó la rendición de Japón y puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Pero también dio inicio a una era de temor global frente a la energía nuclear.

Entre las miles de víctimas indirectas de la bomba estuvo Sadako Sasaki, una niña de dos años que sobrevivió a la explosión, pero no a sus consecuencias. Su madre la encontró viva, luego de que la onda expansiva la arrojara por una ventana. Corrieron entre la lluvia negra que caía sobre Hiroshima sin saber que aquel contacto sería una condena silenciosa.

Nueve años después, Sadako enfermó. En 1955 le diagnosticaron leucemia. Tenía solo once años.

Las mil grullas de papel

Durante su internación, una compañera le contó la leyenda japonesa del Senbazuru: quien logre plegar mil grullas de papel y unirlas con un hilo, verá cumplido su deseo. Sadako comenzó a hacerlas con todo tipo de papeles, incluso envoltorios de medicamentos. Su deseo era simple: vivir.

Se dice que alcanzó a plegar 644 antes de morir, el 25 de octubre de 1955. Sus compañeros completaron las mil. Su historia recorrió el mundo gracias al libro Luz en las ruinas, del periodista Robert Jungk, y desde 1958 una estatua en el Parque de la Paz de Hiroshima la recuerda con este mensaje: “Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria: paz en el mundo.”