
*Por René Galván, historiador e investigador
“No me es ajeno que muchos han creído y creen que las cosas del mundo son gobernadas por la fortuna y por Dios,
que los hombres con prudencia no pueden corregirlas y, por lo tanto, no tienen remedio alguno; y podrían inferir de esto que no vale la pena fatigarse mucho en estas cosas, sino dejarse gobernar por la suerte”.
Nicolás Maquiavelo, El Príncipe
Cuatro meses de estudiar mapas y planes en Londres fueron suficientes para tener en claro que este no es el camino. La cartografía de la estrategia de Thomas Maitland no lo tiene en cuenta. San Martín está sentado en la sombra de un algarrobo en Manogasta, en el trazado del Camino Real en Santiago del Estero. Es el año 1814 y los peligros acechan a la revolución que estalló en Buenos Aires hace unos años.
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Los duros golpes de Vilcapugio y Ayohuma lo han traído por estos lados para hacerse cargo del Ejército del Norte y
relevar a Manuel Belgrano.
El viento con tierra de la siesta no da tregua. Escucha a lo lejos algunos diálogos en los que se mezclan el español y la quichua. Hablan de historias de unas brujas de la zona que fueron condenadas en el siglo pasado, pero no les presta demasiada atención. En su itinerario armado a las cuatro de la madrugada no estaba prevista esta parada. Pero está sobresaltado, piensa en la muerte. Escribir no es lo suyo, cuando lo hace, es por necesidad, no por gusto. Aun así, ahora toma papel y pluma y escribe “suerte”.
La va a necesitar este año. Hace poco ha sido creada la gobernación de Cuyo y quiere ser su gobernador. Los cargos de naturaleza ejecutiva son los mejores para controlar un territorio. “Nadie nos enseña cómo se gobierna” piensa. Cerca de setecientos libros lo han acompañado mientras cruzaba el Atlántico. Quizá en la lectura de la historia, el derecho y la literatura encontró las pistas para ejercer el arte de la acción política. No ha venido al Río de la Plata, esa tierra que lo vio partir de niño, a improvisar. Hay un plan ideado para la liberación americana. Pero puede fallar.
Las palabras de Maquiavelo lo inquietan. Hay cosas que no se pueden controlar, los imponderables de la política son a veces más fuertes que todo lo que uno puede prever. Piensa de nuevo en la muerte y en lo que pasó hace un año en San Lorenzo, cuando sus granaderos le salvaron la vida en pleno combate.
Veinte años de experiencia en dos continentes para morir aplastado por un caballo en el primer enfrentamiento en América. No parece un buen final para una historia. Los comportamientos de las personas tampoco son predecibles, mucho menos en masa. Se seca la transpiración y saca un portarretrato en miniatura. Es de su amigo el general Francisco Javier Solano. En mayo de 1808, durante los levantamientos contra la ocupación francesa, este gobernador de Cádiz evaluó que no estaban dadas las condiciones para declarar todavía la guerra a Napoleón.
Pidió tiempo para afrontar mejor la situación. Pero la prudencia fue sinónimo de traición para algunos. Una multitud enardecida se lanzó con violencia a las calles.
Solano fue apresado, golpeado y apuñalado. Su cuerpo terminó colgando de una soga. Quienes conocieron a San Martín afirman que este acontecimiento, del que logró escapar, lo marcó tanto que guardó la imagen como un recordatorio de lo que son capaces las movilizaciones populares.
Se levanta del descanso y observa la tropa. Piensa que la suerte es algo que no tendrán los negros de esta tierra que se han sumado para ser parte de la infantería de libertos. Van a una muerte segura. El futuro Libertador de América ordena seguir la marcha. En poco tiempo su anhelo de gobernar Cuyo será una realidad. Por ahora, su único deseo es que la muerte, esa enemiga a la que no puede controlar, se demore en llegar.
Rodeado de sus afectos en Boulogne Sur Mer, recuerda aquella siesta en Santiago del Estero. Es 17 de agosto de
1850.