Semaglutida (Ozempic): cuánto cuesta y qué dicen los que ya hicieron este tratamiento en Santiago del Estero

En la segunda y última parte de este informe especial por el Día mundial de la lucha contra la obesidad, los invitamos a pensar en la responsabilidad que debemos tener sobre nuestros cuerpos, y principalmente sobre la salud de los demás.

Bastó un recorrido de una hora por al menos cinco grandes farmacias de la capital santiagueña para detectar la facilidad con la que se consigue la semaglutida. Sin receta, con la promesa de contactos “amigos”, la droga que revolucionó el tratamiento de la obesidad —y que también se convirtió en un fenómeno de consumo estético— está al alcance de casi todos.

Argentina es, después de Japón, el segundo país del mundo con mayor prevalencia de trastornos de la conducta alimentaria. En un contexto donde la delgadez sigue funcionando como una forma de validación social, el acceso irrestricto a fármacos como la semaglutida puede ser una trampa mortal. (VER ENTREVISTA CON LA LIC. RITA AMADO, GRUPO CAIRO)

En esta última entrega del informe especial, Info del Estero invita a reflexionar sobre la responsabilidad —propia y colectiva— en torno al cuerpo y la salud.

Oferta y demanda: ¿A cuánto el Ozempic?

En Santiago del Estero, la semaglutida se vende en diversas presentaciones. El 1 ml ronda los $335.000, mientras que el “glutide inyectable” de 0.25 mg cuesta unos $98.700, con jeringas que pueden adquirirse aparte. Hay laboratorios argentinos que la comercializan por $200.000 o $300.000 dependiendo los miligramos. La diferencia de precios y calidades refleja un mercado en plena expansión, donde la demanda supera cualquier protocolo de control.

La venta libre pone en riesgo la salud de las personas.

Tres historias y una misma recomendación

El primer testimonio es el de una licenciada en Filosofía egresada de la UNSE, que formó parte de un protocolo de investigación con drogas destinadas al tratamiento de la obesidad. Su historia comienza con el dolor físico: hernias de disco, una prótesis, y la imposibilidad de caminar.

“Necesitaba una ayuda farmacológica para destrabarme —dice—, porque ya había probado todo: dieta, ejercicio, tiroides controlada, y nada funcionaba. Era desesperante”.

La droga apareció como una esperanza. “Me informé y entré al protocolo después de que un amigo me comentara sobre su existencia. Era algo experimental, pero siempre bajo control médico. Me atendía un equipo con endocrinólogos y nutricionistas. Lo único que faltaba era el acompañamiento psicológico, que considero fundamental”, recalca.

Durante un año y medio, bajó 34 kilos. Luego recuperó 12. “Aun así, físicamente me siento bien. Este tratamiento me permitió reactivar mi vida. Sin él, no hubiese podido ni caminar cinco cuadras”, recuerda.

Los efectos secundarios fueron duros: “Vómitos, náuseas, mucho malestar. Es un proceso largo. Se necesita apoyo psicológico y un médico comprometido, que no siempre se encuentra”, advierte sobre buscar “soluciones mágicas” con especialistas que no están interiorizados en este tema.

Sobre el “boom” del Ozempic, es categórica: “Hay mucho desconocimiento. No juzgo a quien lo hace por estética, pero no es una solución mágica. Hay que poner el cuerpo y trabajar en los cambios profundos. Si no, se vuelve al mismo lugar. La obesidad es una enfermedad dinámica”, explica.

Y si bien, a ella le cambió la vida en todos los sentidos, cuestiona el acceso irrestricto a la medicación o inyecciones. “Que sea de venta libre no está bueno. Es una herramienta poderosa, pero peligrosa sin control”, concluye.

El aspecto social, ¿cuánto estamos dispuestos a soportar?

El segundo testimonio pertenece a una joven comunicadora de 24 años. Desde la adolescencia sufrió bullying por su sobrepeso. Probó dietas “milagrosas”, ayunos, ejercicios extremos. Nada funcionó.

“Estuve a un paso de la cirugía bariátrica. Esto me salvó la vida —dice—. Si bien lo mío era una cuestión estética, ya me afectaba todo: mi trabajo, mis vínculos, mi pareja. No soportaba la imagen que me devolvía el espejo”, reconoce.

Con el acompañamiento de una nutricionista, una psicóloga y una endocrinóloga, logró bajar 20 kilos. “Lo hice todo supervisado, en Tucumán. Aprendí a cocinar, a entrenar, a comer distinto. El fármaco fue el inicio, pero el cambio real vino después, con la vida que siempre me imaginaba pero no encontraba la manera de llevarla a cabo”, describe.

Hoy sigue con controles regulares, y su relato deja ver una diferencia clave: el tratamiento no fue solo químico, fue emocional y social. “No se trata de tener un cuerpo flaco —reflexiona—, sino de dejar de sufrir”, esto en relación al bullying que sufrió desde la secundaria, hasta entrada la edad adulta. “Muchos creen que no te marca pero no es cierto, afecta un montón”, reflexiona.

“Lo hice por mi hijo”

El tercer caso es el de un profesor de nivel secundario, de 43 años, que decidió iniciar el tratamiento cuando su propio cuerpo se volvió un obstáculo para ejercer su rol más deseado: ser padre.

“Llegué a pesar 147 kilos. Me costaba caminar, alzar a mi hijo. Me daba miedo morir y dejarlo solo”, asegura. Nunca había intentado bajar de peso antes. La urgencia lo empujó a buscar alternativas médicas. “Me daba miedo probar algo que me hiciera mal, pero busqué la mejor opción posible. Empecé con semaglutida en Tucumán y ya bajé 10 kilos”, cuenta. Esta entrevista se realizó hace un mes.

El cambio, como en los otros casos, no fue solo físico. “Uno empieza por el cuerpo, pero termina revisando todo lo demás”, resume. Lo hizo por su hijo, pero también por él.

ALERTA: solo es seguro con seguimiento profesional

Los tres testimonios coinciden en algo esencial: el tratamiento solo es efectivo cuando hay acompañamiento profesional. Sin supervisión médica, la promesa de bienestar puede transformarse en riesgo.

La semaglutida puede ser una aliada, pero no una salvación. Su uso responsable exige un marco ético, médico y social. En el contexto argentino —donde los trastornos alimentarios se multiplican y el acceso a medicamentos se flexibiliza—, la frontera entre la salud y la obsesión estética se vuelve cada vez más difusa.

En Santiago del Estero, como en el resto del país, el cuerpo se ha convertido en un territorio político, comercial y emocional. El “boom” del “Ozempic” (este es el nombre comercial de la semaglutida) no es solo un fenómeno farmacológico: es un espejo donde se reflejan el deseo, la frustración, la desigualdad y la urgencia de ser aceptados.

La obesidad es una enfermedad. Pero también, en esta época, es un síntoma: de cómo la sociedad mira, juzga y consume. Solo basta con ver a los famosos que de un mes a otro cambian su aspecto físico por completo luego de recibir un aluvión de críticas por su peso. Y para terminar, ¿por qué sentimos la necesidad de apuntar en el otro rasgos evidentes? ¿Cuántas veces decimos “estás gordo/a” o “estoy gordo/a” sin detenernos a pensar en el conflicto que puedo generar en el otro o en nosotros mismos? Seamos responsables también con las palabras.

*Por Silvina Gómez