Rendirse nunca fue una opción: contra todos los pronósticos, Lauti logró caminar a los 16 años

Lautaro Suárez tiene 16 años, nació en Santiago del Estero y vive en Campo Gallo. Llegó al mundo con solo ocho meses de gestación y desde entonces su vida estuvo marcada por diagnósticos difíciles: parálisis cerebral, retraso madurativo y una luxación congénita de cadera que le impidió sentarse, pararse o caminar. Su familia lo acompañó en un recorrido médico que duró años, entre operaciones, traslados y respuestas que pocas veces fueron alentadoras.

A pesar de todo, Lautaro siempre fue un chico activo:  estudiaba, se movía como podía y soñaba con ponerse de pie algún día. Pero a lo largo de su infancia y adolescencia, distintos profesionales les repetían lo mismo a sus padres: “Él nunca va a poder pararse”. Sin embargo, su mamá Gisela Luna jamás aceptó que ese fuera el destino de su hijo.

Una cirugía decisiva y el apoyo del sistema de salud santiagueño

Cuando los médicos de Tucumán aseguraron que no había chances de que Lautaro lograra pararse, su mamá decidió buscar una nueva opinión, esta vez en Buenos Aires. Allí, un neuroortopedista le dijo lo que nunca habían escuchado: que con una cirugía de rodillas, talones y tobillos, Lautaro sí tenía posibilidades reales.

Tras una gestión completa ante el Gobierno de Santiago del Estero, se concretó la derivación y la intervención. Las operaciones duraron más de siete horas por pierna, pero el resultado superó todo pronóstico: Lautaro no solo respondió bien a la cirugía, sino que nunca manifestó dolor y se recuperó con una fuerza que sorprendió a todo el equipo médico.

Hoy realiza su rehabilitación en el IPRI, donde el proceso podría extenderse entre seis meses y un año. El objetivo es claro: fortalecer paso a paso su nueva forma de moverse. Y algo emocionante ocurrió en este camino: el pasado 4 de noviembre, Lautaro se paró por primera vez. Y hace apenas unos días, dio sus primeros pasos.

“Mi hijo es valiente, fuerte, nunca se rindió”, contó su mamá, emocionada. “Nosotros pasamos años sin dinero, viajando como podíamos, a veces sin comer. Pero sabíamos que algún día esto iba a pasar”.

El vínculo especial con su fisiatra: un motor para avanzar

En su llegada al IPRI, Lautaro conoció a Juan Bautista, su fisiatra, con quien generó una conexión inmediata. En apenas un mes de trabajo, sus avances fueron contundentes.

“Yo no sé cómo explicar lo que él genera”, dice la familia. “Juan fue un terapeuta que Dios puso en su camino. Lautaro hizo en semanas lo que nunca había logrado en toda su vida”.

A pesar de las secuelas cerebrales y de estudios que alguna vez pronosticaron que “ciertas partes del cerebro funcionan como una planta que se seca”, Lautaro desafió todos los límites. Es monaguillo, muy querido en su comunidad, respetado por docentes y compañeros. Donde va, lo esperan y lo reciben con cariño.

Su familia habla de él con un orgullo que conmueve: “Tiene cosas que nadie espera, siempre sorprende, siempre sigue adelante. Después de 16 años sin poder pararse, hoy camina sus primeros pasos. Y eso para nosotros es un milagro”.